González Casanova y el utopismo mexicano

TEATRO DE SOMBRAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Antes de ser conocido como sociólogo, Pablo González Casanova lo fue como historiador. En sus libros El misoneísmo y la modernidad cristiana en el siglo XVII, de 1948, y en Una utopía de América, de 1953 González Casanova estudió la formación, las peculiaridades y el desarrollo de la modernidad en el México pre-independiente e independiente.

Pablo González Casanova posa en su estudio, en una foto de archivo.
Pablo González Casanova posa en su estudio, en una foto de archivo.

Llama la atención que estos dos estudios sobre México hayan sido escritos al mismo tiempo que los realizados por el Grupo Hiperión, por ejemplo, que los de Luis Villoro sobre el indigenismo (1950) y la independencia (1953). No obstante, González Casanova no sólo no formó parte del Grupo Hiperión, sino que fue un crítico de sus métodos y objetivos. Por lo mismo, me parece que Una utopía de América —renombrado como Un utopista mexicano en su segunda edición de 1987— puede leerse como una respuesta velada a la aproximación del Hiperión a la historia de las ideas en México. En su libro de 1953, González Casanova no sólo critica, como lo había hecho antes Zea, al positivismo del siglo XIX, sino también al liberalismo que cruza del siglo XIX al siglo XX y que responde a un modelo de modernización

capitalista e industrialista.

El libro de González Casanova se divide en cuatro capítulos. En el primero ofrece una visión panorámica del pensamiento moderno mexicano a partir de la independencia. En el segundo nos presenta al personaje central de su libro: José Nepomuceno Adorno, un conocido inventor del siglo XIX que fracasó en todos sus ambiciosos proyectos. En el tercer capítulo, hace una crítica del libro de Adorno llamado Análisis de los males de México y sus remedios practicables, publicado en 1858. Según él, en ese libro Adorno defendió una especie de proto-porfirismo, es decir, un conservadurismo moderado. González Casanova no le perdona a Adorno que se incline más hacia el lado conservador que hacia el liberal. La falla fundamental de la utopía mexicana de Adorno de 1858 es que está fundada en una teoría equivocada del valor, el capital y el trabajo. En otras palabras, lo que le reprocha a Adorno y, en general, como se verá, a todos los socialistas utópicos, aunque no lo diga de manera explícita, es que no adopten un análisis marxista de la sociedad. El cuarto capítulo es un examen del libro de Adorno La armonía del universo, publicado en dos partes en 1862 y 1882. El quinto capítulo es una crítica general del utopismo. González Casanova sostiene que la influencia definitiva del utopismo de Adorno es el utopismo de Charles Fourier. Adorno no cita en ningún momento a Fourier, por lo que González Casanova apoya su hipótesis exegética en las coincidencias entre ambos autores. No obstante, me parece que por más que Adorno haya leído a Fourier, lo que es muy probable, algunas de sus ideas utópicas están fundadas en otras reflexiones, por lo que no se le puede tomar, como sugiere González Casanova, como una versión

mexicana del pensador francés.

A todo lo largo del libro, González Casanova juzga a Adorno de manera despiadada: lo desprecia, se burla de él. A González Casanova le irritaba el pensamiento de Adorno. Le chocaba su providencialismo, su optimismo, su futurismo. Da la impresión de que sus críticas a Adorno apuntan, en realidad, a otros personajes del siglo XX, de que su crítica del utopismo mexicano del siglo XIX está dirigida a otras ideologías dominantes en el México de la posguerra, de que Adorno es una excusa para que pueda

manifestar sus ideas más radicales.

Así concluye su obra: “En la esencia de la utopía romántica está el paternalismo y una idea de felicidad total, de felicidad terrena, futura. La utopía es una exageración del paternalismo. Es un paternalismo que tiene amor enfermizo, amor platónico”. El paternalismo de los industrialistas mexicanos pedía a las clases subordinadas que se dejaran amar por ellos y que trabajaran con intensidad, entusiasmo y disciplina, sin quejarse, sin hacer política, sin organizarse, con la confianza en que el futuro les brindaría una prosperidad y una felicidad fundadas en la ciencia y en la técnica, pero, sobre todo, en la promesa providencial de un Dios bueno. Ese paternalismo le resultaba repulsivo a González Casanova.

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