Sin gusto y sin olfato

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>&nbsp;<br>
Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.  Foto: larazondemexico

Uno de los síntomas padecidos por millones de personas durante la epidemia de Covid-19 fue la pérdida del gusto y del olfato. Por lo que sé, la enorme mayoría de quienes la sufrieron han recuperado ambos sentidos, empero, hay quienes se han tardado muchos meses en alcanzar el mismo nivel de percepción de antes e incluso hay quienes no lo han recuperado al cien por ciento.

Yo perdí el gusto durante una semana entera, a la segunda semana distinguía tres sabores básicos, dulce, salado y amargo, a la tercera semana ya podía reconocer casi todos los sabores, aunque de manera tenue, y a la cuarta semana había recobrado por completo mi sentido del gusto. El proceso de recuperación fue un poco más lento en el caso del olfato. Me tomó unas ocho semanas oler igual que antes, es decir, con la misma intensidad y la misma capacidad de discriminación.

He platicado con algunos amigos que también sufrieron lo mismo y todos me han dicho que les afectó más de lo que hubieran imaginado.

Cuando tuve Covid-19, una parte de mí me decía que no debía quejarme por perder el gusto y el olfato, que eso era poca cosa en comparación con lo que otros padecían por culpa de la enfermedad, en especial, con los que morían trágicamente por causa de ella. Además, perder el gusto y el olfato, aunque fuera algo definitivo, no era tan terrible como quedar ciego o sordo. Aunque traté de convencerme de que no debía sentirme mal, no lo pude evitar.

Me sentía como si estuviera dentro de un traje hermético, como el de un astronauta. Podría ver, escuchar, tocar las cosas, pero al no poder olerlas y saborearlas me sentía aislado del mundo de una manera que, si bien no me impedía realizar mis tareas diarias, me generaba una sensación de extrañeza muy grande.

Daba lo mismo comer el pavo con mole que sin mole. No había diferencia.

¿Para qué pedir algo que antes me gustaba si no me sabía a nada? Durante un par de semanas perdí el apetito. De haber estado en esa condición por un periodo más largo seguramente hubiera bajado de peso. Algo semejante me sucedía con el olfato. Como tuve Covid en diciembre, no disfruté de los olores característicos de la temporada navideña. Veía y tocaba el arbolito de Navidad, pero no percibía su fresco aroma. Todo esto me provocaba tristeza. Era como no poder estar del todo junto con los demás por no poder compartir con ellos su experiencia completa de las cosas.

Uno no sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido. Ahora que pude oler las plantas y disfrutar de la comida como antes, lo hago con un placer renovado. Ya lo decía, Horacio: “Aprovecha lo que te ofrezca cada día sin preguntar por el mañana”.

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Mauricio Ibarra