La diversidad lingüística es un dato de la historia humana. Cabe preguntarse, sin embargo, ¿por qué hay muchas lenguas en vez de una?
En su admirado libro Después de Babel. Aspectos del lenguaje y la traducción, publicado originalmente en inglés en 1975 y traducido al español por Adolfo Castañón, George Steiner ofreció una respuesta a esa pregunta que, como no podía ser de otra manera, se formuló como una conjetura genealógica.
Steiner afirma que el hecho de que haya muchos lenguajes no es el resultado de la casualidad o de la evolución. Su hipótesis es la siguiente: un lenguaje se distingue de los demás de manera deliberada, porque ello cumple con un propósito de sus hablantes. Para que un grupo humano pueda existir de manera independiente de otros grupos que amenazan su existencia, ayuda mucho que el idioma que habla sea inaccesible a los demás. De esa manera, los integrantes de esa tribu podrán intercambiar información sin que los otros sepan de qué están hablando y puedan usar esa misma información, para hacerles daño. Dicho en otras palabras, un lenguaje se distingue de los demás para favorecer la sobrevivencia del clan que lo habla, para resguardar su libertad, para preservar su autonomía.
Steiner afirma que, si bien el lenguaje nace como un instrumento para hablar del mundo, de inmediato se convierte en un poderoso recurso para ocultar lo que uno piensa, para deformar la información sobre lo que nos rodea, para desviar la atención de nuestros interlocutores. Para que los demás no nos entiendan hemos acuñado nuevas palabras, nuevos giros, nuevas gramáticas. De ahí que el número de idiomas se haya multiplicado, de tal manera que con sólo cruzar un río o escalar una montaña, nos encontremos con grupos humanos que hablan un lenguaje incomprensible.
De acuerdo con Steiner, hay muchas lenguas porque no queremos que los extranjeros nos entiendan. Su posición, como él mismo reconoce, tiene algo que ver con la concepción nietzscheana del lenguaje como una matriz de mentiras más que de verdades; como un recurso que tiene más que ver con el poder y el cálculo, que con la generosidad y la ingenuidad.
Como otros críticos han señalado, las conjeturas de Steiner quizá nos dicen más sobre su peculiar visión de la historia humana que sobre los hechos del pasado. Si Steiner tuviera razón, el enorme esfuerzo que significó tener miles de lenguas que oculten nuestras creencias tribales del resto de los seres humanos, ha resultado un gigantesco fracaso. No hay lenguajes privados, como nos enseñó Ludwig Wittgenstein, y tampoco hay lenguajes intraducibles, como mostró Donald Davidson. No hay código que se resista a la criptología computarizada. Es más, ahora, con los recursos de la Inteligencia Artificial, cada vez son más los lenguajes que están al acceso inmediato de cualquiera que posea un teléfono celular.