Héroes y villanos

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Desde hace tiempo, algunos teóricos sostienen que las narrativas históricas escritas en función de héroes y villanos no son del todo fieles a los hechos.

La historia, se nos dice, no la hacen unos pocos individuos y, menos aún, individuos que puedan clasificarse sin ambigüedades como héroes o villanos. Estas versiones noveladas de la historia pueden resultar atractivas a los lectores, pero no detectan de manera correcta los genuinos motores del devenir. Encima, los seres humanos, se añade, nunca son héroes o villanos a lo largo de su existencia, como si siguieran un guion fijo. Los sujetos históricos, cuando resulta relevante ocuparse de ellos de manera particular, actúan de acuerdo con un conjunto muy complejo de creencias e intereses. Suponer que siempre fueron malos, como demonios, o siempre fueron buenos, como ángeles, es una simplificación de las circunstancias que no hace justicia a aquellos personajes.

Dicho lo anterior, es muy difícil desprenderse de la descripción de ciertos individuos como héroes o villanos.

En la Suave patria, López Velarde dijo que Cuauhtémoc es nuestro único héroe a la altura del arte. ¿Tenemos un villano de la misma altura? Yo diría que Victoriano Huerta es el villano por antonomasia de nuestra historia. Sin él, nuestra historia estaría como trunca, no tendría una figura que pudiera concentrar de manera tan compacta tanta indignación, tanto repudio. Huerta es nuestro villano favorito, por encima de otros que también han sido calificados como tales desde distintas perspectivas, como Hernán Cortés o Antonio López de Santa Anna o Porfirio Díaz o Francisco Villa o Gustavo Díaz Ordaz.

Dicho esto, por más puro que sea un villano, siempre necesita cómplices para cometer sus crímenes. No hay villanos aislados, solitarios. Un verdadero villano es un individuo capaz de concentrar en su figura una tendencia maligna que se manifiesta en sus tiempos. Por ejemplo, durante la Decena Trágica no pocos pensaron que Huerta era el hombre del momento, el único capaz de salvar a México del caos. Cuando él llegó a la Presidencia, después de su despiadado golpe de Estado, le aplaudieron, dentro y fuera de México, como a un nuevo César. Las élites de México no se cansaron de encontrarle virtudes al temible soldado. Lo mismo sucedió con varias naciones extranjeras, que se apresuraron a enviar reconocimientos y mensajes de buena voluntad, incluida la Santa Sede. Esto nos habla de un clima moral que no se limita a la conciencia individual de Huerta, sino de la sociedad entera, del mundo de su tiempo. Si Huerta fue un villano, el círculo que lo empujó a dar el golpe mortal a Madero y a la democracia mexicana también fue culpable de una villanía imperdonable.

No debemos olvidar cómo se gestó ese espantoso crimen si no queremos que la historia se repita.