Guillermo Hurtado

Humanos anonadados

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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El verbo “anonadar” tiene dos significados que, a primera vista, se asemejan poco. El primero es reducir algo a la nada. El segundo es abrumar o dejar desconcertado a alguien. El verbo en cuestión es un compuesto del prefijo negativo “a” y de la palabra “nonada” que significa algo de entidad o valor insignificante. Hoy en día en vez de usar la rara palabra “nonada” seguramente echaríamos mano de la palabra “nadería”, más común.

¿De dónde viene la palabra “nonada”? Salta a la vista que está compuesta de “no” y “nada”. Sabemos que en el idioma español la doble negación es enfática, pero, en este caso, una nonada parecer ser algo que simplemente no es nada. ¿Pero qué tanta entidad tiene ese algo que caracterizamos como mera no nada? La respuesta es que ese algo tiene casi nada de entidad, es decir, que a duras penas es algo y no nada. Y, por eso mismo, ese algo que es casi nada puede reducirse a la nada, puede anonadarse en el primer sentido del verbo, como, por ejemplo, cuando en una suma de millones de pesos redondeamos una cifra ignorando los centavos.

Hasta aquí se entiende el primer significado del verbo “anonadar” como el de una reducción a la nada, ¿pero de dónde viene el segundo significado que denota la condición psicológica de quedar abrumado o desconcertado? ¿Qué tiene que ver una nonada o el acto de reducir algo a la nada con esa emoción que a veces nos invade? Exploremos velozmente una explicación filosófica de la honda conexión entre ambos significados.

En su ensayo El pozo de la angustia (México, 1941) José Bergamín —que, aunque no fue un filósofo académico tuvo mucho de filósofo— hace un uso metafísico del verbo “anonadar” que se apoya en la obra de dos autores previos: Miguel de Unamuno, quien fue el primero en darle sustancia filosófica a la palabra “nonada” en su libro El sentimiento trágico de la vida, y Martin Heidegger, quien en su conferencia ¿Qué es metafísica? examinó la relación que hay entre el ser humano —o, mejor dicho, el Dasein— y la nada. Bergamín recuerda que Heidegger sostuvo que la angustia es el temple de ánimo del ser humano frente a la nada. Entonces, usando una reveladora traducción de Zubiri, añade que, según Heidegger, la angustia también podría describirse como un original “anonadamiento”. El significado profundo de “anonadamiento”, en este caso, sería el de aquella emoción que nos invade frente al hecho finito y contingente de no ser nada, de no querer ser nada —como enfatizaría Unamuno—.

Digamos, pues, sin más rodeos, que el ser humano vive doblemente anonadado. Primero, porque sabe desde sus entrañas que ante la nada su ser resulta negligible. Y segundo, porque ante esa nada abismal queda irremediablemente anonadado, es decir, abrumado y desconcertado.