México ha tenido dos revoluciones que sacudieron su estructura social desde sus cimientos: la Independencia y la Revolución mexicana. Las dos fueron encabezadas, en un primer momento, por figuras excepcionales que, todavía al día de hoy, tienen detractores: Miguel Hidalgo y Francisco Madero.
Hay mexicanos que no le perdonan a Hidalgo y a Madero haber soltado al león de su jaula.
Se dice que antes de 1810, México era un país próspero y feliz. En vez de buscar la independencia de manera pacífica y negociada, como lo hizo Agustín de Iturbide en 1821, Hidalgo desató una vorágine de violencia, de lucha de castas, de destrucción gratuita.
Algo semejante se dice de Madero. En 1910, gracias a los treinta años de paz del régimen de Porfirio Díaz, México había alcanzado niveles de estabilidad y desarrollo que lo encaminaban con paso firme en el siglo XX. En vez de apoyar una alternancia pactada y democrática, como la buscaba el grupo político de los llamados “científicos”, Madero desencadenó una lucha armada que costó millones de vidas y que hizo que el país perdiera casi todo lo que se había alcanzado durante el porfiriato.
Como lo dijo Justo Sierra en su momento, los enemigos de las revoluciones de México afirman que el país no necesita una revolución sino una evolución; es decir, un proceso lento, gradual, ordenado y, sobre todo, pacífico de mejora sustantiva. Por lo mismo, ellos opinan que Hidalgo y Madero no son héroes de la patria; sino que, por el contrario, son villanos a quienes deberíamos repudiar y denostar por haber causado tantas desgracias. Las revoluciones de México, se nos dice, han sido grandes males que jamás debemos repetir.
El ideal político de quienes piensan de esa manera es la conservación. Por eso es correcto llamarlos conservadores. Lo que ellos suponen es que las cosas están fundamentalmente bien tal y como están en el presente y que, por lo mismo, deben seguir siendo más o menos iguales en el futuro. No es necesario cambiar las estructuras, porque cualquier cambio radical sería perjudicial. Si estamos bien así, ¿para qué mover las cosas?
Cuando la dinámica de la realidad supera al ideal de los conservadores, lo que ellos se proponen es resistir a los cambios inesperados. Por eso también es correcto llamarlos reaccionarios. Frente a la incertidumbre del presente, añoran el pasado como un paraíso perdido. A esta posición se le puede llamar preterismo: la doctrina de que, para remediar los males del presente, nuestro futuro debe ser semejante a nuestro pasado. Lo que se busca, entonces, es restaurar el viejo orden: volver a poner las cosas en su sitio. No faltan, en México, nostálgicos del régimen de Porfirio Díaz e incluso del régimen colonial. Para ellos, México hubiera sido más feliz, más justo, más rico, si México no hubiera tenido aquellos dos movimientos sociales.