Guillermo Hurtado

La mosca como metáfora filosófica

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo Hurtado
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La metáfora ha sido un recurso utilizado por la filosofía desde su origen más remoto. En los libros de filosofía abundan las metáforas sobre animales de todo tipo: desde los más pequeños hasta los más grandes, desde los más dóciles hasta los más feroces, desde los más feos hasta los más hermosos. Dentro de la lista de ese bestiario filosófico no podían faltar las moscas.

La humanidad está de acuerdo en pocas cosas. Una de ellas es que las moscas son animales molestos, sucios y repugnantes. Nadie las ama. Nadie las defiende. Son un símbolo universal de lo más bajo de la naturaleza. En Así hablaba Zaratustra, Nietzsche hablaba de “las moscas del mercado” para referirse a la zafiedad del vulgo. Y Luciano de Samósata, autor del siglo II, escribió un Elogio de la mosca para burlarse de quienes redactaban gruesos tratados para alcanzar las alturas del pensamiento.  

Ludwig Wittgenstein fue otro filósofo que usó numerosas metáforas. Su libro póstumo Investigaciones Filosóficas apareció en versión bilingüe alemán-inglés en 1953. En el parágrafo 309 de dicha obra, el genio austriaco dice así: “Was ist dein Zeil in der Philosophie? Der Fliege den Ausweg aus dem Fliegenglas zeigen”. Este enunciado críptico puede traducirse así al español: ¿Cuál es tu tarea en la filosofía? Mostrarle a la mosca la salida del frasco (en realidad habría que decir “la salida del frasco para moscas que se usan en los laboratorios”).

Hay una mosca dentro de un frasco —un frasco sin tapa, se entiende—, pero ¿quién la metió ahí? ¿Fue ella la que entró y ahora ya no puede salir? No se sabe. Lo único que importa es que la mosca salga de su prisión transparente. El filósofo es un liberador de la humanidad representada, en la metáfora, por una humilde mosca. Su labor consiste en mostrar al ser humano cómo escapar de la jaula de su uso incorrecto del lenguaje ordinario.

La metáfora de Wittgenstein ha inspirado a numerosos pensadores. Incluso podría decirse que se volvió un símbolo de la filosofía lingüística de la mitad del siglo anterior. Por ejemplo, Ved Metha publicó en 1962 un libro sobre esa corriente filosófica traducido al español como La mosca y el frasco.

Hay ideas filosóficas que, en ocasiones, son mejor expresadas por los poetas. En México, un joven poeta de nombre Rubén Bonifaz Nuño concibió, de manera independiente, una metáfora muy semejante a la de Wittgenstein. Cito un fragmento de su magnífico libro Los demonios y los días, de 1956:

Qué fácil sería para esta mosca,

con cinco centímetros de vuelo

razonable, hallar la salida.

Pude percibirla hace tiempo,

cuando me distrajo el zumbido

de su vuelo torpe.

Desde aquel momento la miro,

y no hace otra cosa que achatarse

los ojos, con todo su peso,

contra el vidrio duro que no comprende.

En vano le abrí la ventana

y traté de guiarla con la mano:

no lo sabe, sigue combatiendo

contra el aire inmóvil, intraspasable.

Bonifaz Nuño lleva la metáfora de la mosca aún más lejos que Wittgenstein. En el poema del mexicano, la mosca es un símbolo de la incapacidad humana para resolver sus problemas, no sólo los teóricos, como los que preocupaban a Wittgenstein, sino también los prácticos. La mosca es tonta, vuela en círculos, no se da cuenta de que no puede traspasar el vidrio transparente. Así como la mosca se estampa una y otra vez contra la ventana que da a la calle, nosotros nos estrellamos estúpidamente contra las dificultades cotidianas sin percatarnos —o sin querer hacerlo— de que si cambiáramos levemente el sentido de nuestras acciones —los “cinco centímetros de vuelo razonable” que menciona el poeta— podríamos dejar atrás nuestros problemas. El poeta intenta ayudarla, incluso le abre la ventana, pero la mosca sigue obsesionada con su plan de vuelo.  

Llama la atención la actitud semejante del filósofo y del poeta ante la mosca torpe. Los dos quieren liberarla, ¿por qué? ¿Por caridad o por la molestia que les ocasiona comprender su terco error? A fin de cuentas, tanto Wittgenstein como Bonifaz Nuño se identifican con esa mosca atrapada por su propia necedad. Los seres humanos nos parecemos más a las moscas que a las águilas.