Lo que voy a contar, lo saben todos los filósofos mexicanos. Lo saben y lo aceptan como si se tratase de una fatalidad cósmica o del efecto ineludible de las leyes del mercado.
No se habla del asunto, no sólo por considerarse una obviedad, sino porque resulta de mal gusto. El secreto a voces es que la filosofía mexicana no se lee o, para no caer en exageraciones, casi no se lee. No la lee el público en general, pero tampoco el público especializado, es decir, los propios profesores y estudiantes de filosofía.
Si usted entra a cualquier librería importante de México y busca la sección de filosofía, encontrará un estante con cientos de libros ordenados alfabéticamente. No faltarán traducciones al español de los autores más importantes de la tradición occidental: Platón, San Agustín, Santo Tomás, Descartes, Kant, Nietzsche. Intercalados con esos clásicos, también hallaremos traducciones de las obras de otros filósofos más recientes, como Agamben, Deleuze, Foucault, Habermas, Rawls, Rorty y Nussbaum.
Si juntáramos los títulos de todos los autores anteriores seguramente alcanzaríamos el 80 por ciento de los libros en la sección de filosofía. El 20 por ciento restante son libros escritos originalmente en castellano, pero de ésos, la mayoría son obras de filósofos españoles: no faltarán las obras de Unamuno, Ortega y Gasset, Zambrano, Zubiri, Savater, Trías y Argullol. El resto son obras de filósofos mexicanos. No pasará, se lo aseguro, del 5, cuando mucho el 10 por ciento.
De ese 5 o 10 por ciento, la mayoría de los ejemplares serán de José Vasconcelos (por ejemplo, La raza cósmica) y Samuel Ramos (con toda seguridad El perfil del hombre y la cultura en México). Acaso se encuentre algún título de otro filósofo mexicano —por ejemplo, Mauricio Beuchot o Enrique Dussel— pero sería raro; son obras no incluidas en el stock permanente de la librería.
En resumen: cualquiera que se acerque a la sección de filosofía, de una librería mexicana, se quedará con la impresión de que la filosofía es una actividad ajena a la realidad nacional. Es algo que se hace en Europa o en los Estados Unidos. Para conocer los mejores frutos de esa disciplina, hay que leer traducciones al español. Y los pocos que hacen filosofía en castellano, a juzgar por los libros en los estantes, son en su mayoría, españoles.
Lo triste del asunto es que la filosofía mexicana es una disciplina que ha pasado por momentos de admirable actividad y creatividad. La desgracia es que sus productos no llegan a los centros de venta. ¿Por qué? La razón ya la dije arriba: no hay demanda. Los filósofos mexicanos no promovemos nuestros libros, dejamos que mueran sepultados en las bodegas. Si queremos dar un impulso a la filosofía mexicana, tendremos que hacer algo para que cambie esta lamentable situación.