El ocaso de las palmeras

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

La esbelta y altísima palmera que tuvimos en una glorieta del Paseo de la Reforma ya no existe, pero estuvo ahí durante la mayor parte de nuestras vidas. Sabíamos que algún día moriría, como es natural, pero nunca supusimos que viviríamos para verlo. Alguna vez, yo tuve la pesadilla de que en su lugar colocarían una escultura metálica con la forma estilizada de una palmera, obra del ubicuo Sebastián, pero por fortuna tal parece que esa pesadilla no se hará realidad. Al día de hoy, la glorieta luce vacía y desolada.

Me preocupa que las palmeras del Valle de México estén muriéndose una a una. Afuera de la entrada principal de los Viveros de Coyoacán había una frondosa hilera de ellas que daba sombra a los paseantes. Ahora todas están secas. Siguen en pie, pero sus hojas se han puesto pardas y lánguidas. Cada vez que paso por ahí —lo que es seguido— ese panorama no deja de inquietarme.

Me da la impresión de que las palmeras estuvieron de moda en la primera mitad del siglo anterior. La elegante Avenida de las Palmas, en las Lomas de Chapultepec, respondía a una idea acerca de la estética urbana en la que las palmeras no podían faltar. ¿Sabe usted que el Zócalo de la Ciudad de México estuvo repleto de palmeras? Antes de que el Zócalo quedara planchado (siempre me ha resultado acertadísima la expresión “la plancha del Zócalo”), nuestra plaza mayor tuvo la decoración de una plaza de pueblo cualquiera, con todo y césped, calzadas e incluso una fuentecita. En aquel entonces a nadie se le ocurrió la idea peregrina de sembrar ahuehuetes en el Zócalo, lo que plantaron por todos sus rincones fueron robustas palmeras, decenas de ellas. Si esas palmeras se hubieran quedado en su sitio, hoy en día seguramente estarían muriéndose y tendríamos el fastidioso debate de qué colocar en vez de ellas.

He leído algunas explicaciones de por qué están muriendo las palmeras de nuestra ciudad capital. No las acabo de entender. A veces me sorprende descubrir la presencia de una palmera robusta, saludable, con sus hojas verdes, en algún jardín o camellón. ¿Ha tenido suerte de no haberse contagiado de la plaga? ¿O acaso hay algo en ella que le permitirá superar la epidemia? ¿Qué sucederá dentro de diez o veinte años? ¿Habrá todavía palmeras en la capital del país?

José Vasconcelos tenía ideas muy peculiares acerca de la escala de la belleza de las plantas. Según él, las más hermosas eran las palmeras, quizá porque le recordaban las maravillas del antiguo Egipto. Las palmeras nunca habían sido mis plantas favoritas, pero ahora que presencio su lenta agonía, les he cobrado un afecto especial. Su decadencia me hace pensar en otro tipo de decadencia que, por desgracia, también vivimos en nuestro México.

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