La política como una lucha generacional

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado&nbsp;<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

El marxismo sostiene que debemos entender el cambio político como un efecto de la lucha de clases. Dicho de manera escueta: la clase de los trabajadores al cobrar conciencia de que el fruto de su trabajo es apropiado de manera injusta por la clase de los propietarios, exige un cambio a esa situación, lo que desencadena un enfrentamiento político. De acuerdo con el marxismo, tarde o temprano, esa lucha desembocará en la instauración de un régimen socialista, es decir, de una sociedad sin clases, en las que ya no habrá explotadores y explotados. A partir de la caída del Muro de Berlín, la concepción marxista de la política como una lucha de clases cayó en descrédito. Es más, se dejó de entender la política como un campo de batalla. La democracia se imaginó entonces como la construcción de un campo de acuerdos racionales, de convivencia pacífica, en el que participaban los grupos sociales en la forma de partidos políticos.

Desde antes de la caída del Muro, en algunos países europeos se gestó un movimiento ecologista que se encarnó en la forma de partidos políticos. Los llamados “verdes” fueron partidos fundados en los años setenta y ochenta que defendían el imperativo de transformar nuestras formas de vida, de organización social y de producción económica para impedir la destrucción de la vida en el planeta. En las plataformas políticas de estos partidos, además de la defensa del ambiente, se esgrimen, por lo general, principios como la democracia participativa, la justicia social, el respeto a las diversidades y el pacifismo.

Dije antes que Marx entendía la política como una lucha de clases. Pues bien, una de las novedades del siglo XXI es que dentro del campo del activismo ecologista, se ha comenzado a entender la política como una lucha de generaciones.

En los años sesenta surgió un movimiento juvenil en los países occidentales que pretendía realizar cambios en la sociedad en su conjunto. Los jóvenes reprocharon a los adultos por su belicismo, su consumismo y su moralidad represiva. Este movimiento, que alcanzó su cúspide en 1968, se extinguió en el lapso de unos pocos años. Desde entonces, ya no habíamos vuelto a ver una revuelta generacional de importancia. Ahora observamos un movimiento de ecologistas muy jóvenes en contra de los adultos por su irresponsabilidad, su egoísmo y su hipocresía en el manejo de la crisis climática global.

Aunque hay semejanzas entre la revuelta juvenil del siglo anterior con la actual, una de las diferencias más notables entre ambos movimientos es la edad de sus líderes y participantes. Mientras aquellos eran jóvenes, ahora son niños y adolescentes. El rostro más reconocible de este movimiento es la activista sueca Greta Thunberg, nacida el 3 de enero de 2003. El núcleo del argumento de Thunberg —que ella expresa con emoción y elocuencia— es que los responsables de la crisis climática son los adultos y que quienes pagarán en el futuro por ello son los niños. Los adultos se están acabando al mundo y no dejarán nada a las generaciones venideras: se trata de un acto terrible de lo que se conoce en la literatura especializada como “injusticia generacional”.

Gracias a Thunberg hemos visto algo insólito: los niños y adolescentes de todo el mundo se están organizando políticamente, están tomando las calles, están exigiendo a los políticos que actúen de manera responsable. Se trata de algo insólito porque, hasta ahora, a esos niños y adolescentes no se les tomaba en cuenta como sujetos políticos, sino como seres humanos que aún requieren tutela y que, por lo mismo, no pueden ser reconocidos como ciudadanos.

La lucha política de los niños y adolescentes es una lucha asimétrica, dramática. Pueden salir a las calles a manifestarse siempre y cuando tengan el permiso de sus padres, pero, lo que es más impactante, es que, aunque puedan expresar su opinión, carecen de derechos políticos plenos: no pueden votar ni ser votados. Los niños del movimiento ecologista son como las mujeres, los esclavos y los desposeídos del pasado, es decir, dado que no pueden votar, no pueden cambiar las políticas que los tienen en un estado de postración. ¿Cómo remediar esta situación? ¿Qué hacer para que la lucha generacional pueda ser incorporada dentro del proceso democrático?

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Pedro Sánchez Rodríguez