La promesa de la democracia

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Millones de personas en todo el mundo desean vivir en un régimen democrático. Más allá de la regla de la mayoría como mecanismo para la toma de decisiones, la democracia es una forma de vida en la que la libertad, la igualdad y la fraternidad son los valores en torno a los cuales organizamos nuestra vida social.

No obstante, la regla de la mayoría sigue asustando a muchas personas. El que cualquier cosa pueda ponerse a votación dentro del foro público los pone nerviosos. Algo que les inquieta es que siempre pueden cometer errores graves cuando se toman decisiones de esa manera. Por ello, han buscado sustraer ciertos temas de la deliberación democrática, ya que no confían en el buen juicio de las masas.

Una democracia acotada quizá puede ofrecer más orden, más eficiencia, incluso más justicia, pero nos quita algo que, a mi modo de ver, es un derecho fundamental del ser humano: que la opinión de cada uno cuente por igual dentro de la toma de decisiones colectivas.

Me explico. No basta con la libertad de expresión porque uno puede hablar todo lo que quiera sin que lo tomen en cuenta. Lo que importa es algo más: que lo que uno diga tenga un peso, aunque sea diminuto, en las decisiones que se toman en el plano social. Ése es el sentido último del sufragio universal: que todos voten y que cada voto cuente lo mismo.

Pongámoslo de otra manera: la libertad de expresión vale poco si los demás no están obligados, de alguna forma, a escucharnos. Esta obligación se desprende del postulado de que lo que cada uno dice, quien quiera que uno sea, posee un valor fundado en la dignidad intrínseca de cada ser humano. Es aquí donde el valor de la libertad se abraza con el de la igualdad. Lo que manifieste cualquiera, sea pobre o rico, hombre o mujer, ignorante o educado, tonto o inteligente, joven o viejo, debe tener el mismo reconocimiento en el plano del debate. De otra manera, la libertad de expresión no tendría un sentido político. Estamos obligados a escuchar a todos por igual y, por encima de ello, a considerar lo que todos digan para edificar una sociedad democrática.

Los seres humanos hemos recorrido un largo camino para forjar la democracia que tenemos. Ha sido un trayecto difícil, de escarpados altibajos. Eso vale para México y para los demás países del mundo. No existe una democracia acabada, perfecta. Toda democracia está en proceso de construcción. La democracia no es un régimen estático, es un proceso dinámico. Así hay que entenderla. No juzguemos a la democracia por lo que no pueda ofrecernos en un momento dado. Midámosla, preferiblemente, por lo que nos promete, es decir, por aquello que nos toca a nosotros cumplir.

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