El año pasado (el 5 de febrero) publiqué un artículo en esta columna, en el que platiqué acerca de mi creencia infantil en la existencia de los ovnis.
En aquel artículo conté cómo mi creencia en los ovnis era muy apasionada. En el salón de clases, yo era el niño que se distinguía por defender con vehemencia la existencia de los extraterrestres. Dejar de creer en los ovnis fue un cambio importante en mi vida, que recuerdo con claridad. Es más, podría decir que los criterios epistemológicos que me hicieron abandonar esa creencia me encaminaron, poco después, ya en mi juventud, hacia el estudio de la lógica y la metodología de las ciencias. Por eso, cuando conté ese capítulo de mi infancia, lo hice con la tranquilidad de que mis estudios de posgrado me libraban de la vergüenza de haber creído, alguna vez, en semejante patraña.
La semana anterior se dio la noticia de que, en una comisión del congreso de los Estados Unidos, tres exmilitares de ese país afirmaron bajo juramento que el gobierno no sólo sabe desde hace mucho de la existencia de los ovnis, sino que tiene en su poder ovnis enteros e incluso restos orgánicos de seres extraterrestres. En medio de otros asuntos más importantes, como la crisis de la democracia liberal o el calentamiento global, el que tres exmilitares gringos hayan defendido la vieja y manida hipótesis de que los ovnis sí existen, y que los gobiernos del mundo no quieren que sepamos la verdad podría resultar desestimable; algunos dirán, incluso, que es un vulgar distractor de otros temas más importantes. Para mí, sin embargo, no lo fue, porque me hizo recordar aquella lejana edad en la que yo creía en los ovnis. El niño que fui hubiera recibido la noticia de la declaración de los exmilitares con enorme entusiasmo. El casi anciano que ahora soy, leyó la noticia con más pereza que incredulidad.
¿A qué estamos jugando? La declaración jurada de tres individuos no prueba nada. Hasta que esos supuestos ovnis y restos de extraterrestres resguardados por el gobierno de los Estados Unidos puedan ser vistos por el público, no tendremos ninguna prueba firme de que lo dicho es cierto. Mientras eso no suceda, conviene dirigir nuestra reducida atención hacia otros temas más relevantes.
Sin embargo, así como hay viejos amores que nunca se olvidan del todo, hay viejas creencias que nunca acaban de abandonar nuestra conciencia. La otra noche, antes de dormir, recordé la noticia del testimonio de los exmilitares y dejé que mi imaginación se desbocara. Descubrí entonces que hay una parte de mí que estaría feliz de que se confirmaran esos testimonios. No creo en los ovnis, pero sí quiero que existan. El niño orgulloso que fui sigue aguardando su vindicación definitiva.