Guillermo Hurtado

El sueño de Penélope

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Cuando Odiseo vuelve a Ítaca, se reúne con Penélope sin revelarle su identidad. Ella no lo reconoce y cree que es un extranjero que conoció a su marido durante sus viajes. Antes de despedirse, Penélope le cuenta un sueño: un águila mataba a veinte gansos que tenía en su palacio y luego, con voz humana, le decía que era Odiseo y que pronto regresaría para acabar con los pretendientes que la asolaban. Admirado, Odiseo le dice a Penélope que aquel sueño era una premonición: eso sucedería exactamente.

Penélope le responde: “Forastero, sin duda se producen sueños inescrutables y de oscuro lenguaje y no todos se cumplen para los hombres. Porque dos son las puertas de los débiles sueños: una construida con cuerno, la otra con marfil. De éstos, unos llegan a través del bruñido marfil, los que engañan portando palabras irrealizables; otros llegan a través de la puerta de pulimentados cuernos, los que anuncian cosas verdaderas cuando llega a verlos uno de los mortales. Y creo que a mí no me ha llegado de aquí el terrible sueño, por grato que fuera para mí y para mi hijo.”

Alguna versión del mito de las dos puertas podría rastrearse en todas las civilizaciones antiguas, ya que en ellas siempre se acepta la condición veritativa de algunos sueños. No sólo se concede su dimensión profética, es decir, su capacidad de conocer el futuro, sino también su capacidad para decirnos cómo fue el pasado o cómo es el presente. Los sueños son, además, un medio por el cual la divinidad y los espíritus le hablan a los seres humanos. Eso hace del sueño un vehículo confiable de información, como lo sería, hoy en día, el teléfono.

La civilización contemporánea rechaza la existencia de la puerta de cuerno. Los seres humanos hemos dejado de creer que haya algo de verdad en los sueños y estamos convencidos de que sólo hay falsedad en ellos: sólo existe la puerta de marfil. Las raras veces que soñamos algo que resulta verídico, se nos diría, es por una asombrosa coincidencia que no puede tomarse como regla. La premonición onírica de Penélope, por ejemplo, fue un suceso excepcional que carece de explicación racional. Hay verdad únicamente en la vigilia y ni siquiera ahí podemos estar seguros de no equivocarnos en nuestras creencias.

No deja de resultar irónico que a Penélope se le haya tenido que revelar en sueños que su marido volvería para rescatarla de sus pretendientes cuando, en realidad, ella se había encontrado con el mismísimo Ulises bajo su propio techo. Es cierto que Ulises estaba tan cambiado que no era fácil reconocerlo, pero Penélope en ningún momento sospecha que el forastero sea su añorado esposo. Lo que acentúa la ironía es que Penélope le cuenta a Ulises su sueño y que comete el error adicional de suponer que procede de la puerta de marfil en vez de la de cuerno. Homero llama a la reina de Ítaca, “la prudente Penélope”, pero en ese momento, ella se pasa de prudente. Tiene la verdad frente a sus ojos y no la reconoce e incluso recibe un mensaje verdadero por medio de los sueños y es incapaz de interpretarlo correctamente.

Los seres humanos cometemos frecuentemente el error de Penélope. No sólo somos incapaces de descubrir la verdad cuando la tenemos delante de nosotros, sino que desoímos la verdad cuando nos llega por medio de canales inesperados. A veces, eso sucede por causa de nuestra arrogancia, pero otras veces, como en el caso de Penélope, por un exceso de cautela. La mentalidad moderna peca de ambas maneras: cree poder distinguir con exactitud las puertas de la verdad y de la falsedad, pero cuando se le abren otras puertas del conocimiento prefiere clausurarlas con tal de no cometer un error. Es una intrigante paradoja que ahora que conocemos el universo mejor que nunca, en vez de estar más dispuestos a la verdad, acaso estamos más contrarios a ella en varios de sus aspectos.

La verdad cruza a través de diferentes umbrales. Para conocerla a plenitud debemos dejar abiertas todas sus puertas, aunque lo que salga por ellas a veces nos resulte, como decía Penélope, “inescrutable y de oscuro lenguaje”.