Torres Bodet, ideólogo de la posrevolución mexicana

TEATRO DE SOMBRAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Torres Bodet fue uno de los intelectuales públicos más destacados del siglo XX. A diferencia de otros pensadores de su tiempo, él no escribió ensayos o tratados sobre temas filosóficos, históricos o políticos. Su pensamiento siempre estuvo orientado a la acción desde diversas instituciones gubernamentales e internacionales.

En sus ratos libres, el funcionario se refugiaba en la poesía, no en la redacción de gruesos volúmenes en los que desarrollara sus ideas más ambiciosas. A su pensamiento hay que buscarlo en sus discursos y entrevistas, que él mismo reunió, en 1965, en un tomo de casi mil páginas. Esta compilación, que comprende el periodo de 1941 a 1964, nos ofrece el panorama no sólo de su labor política e intelectual, sino de toda una época de la cultura mexicana e internacional.

Jaime Torres Bodet, en una foto de archivo.
Jaime Torres Bodet, en una foto de archivo. ı Foto: Especial

A su ideología la denominaré humanismo torresbodetiano. Este humanismo es una rama de la poderosa corriente humanista desarrollada en México a partir de 1910 por autores de la generación del Ateneo de la Juventud, como Antonio Caso, José Vasconcelos y Alfonso Reyes. El humanismo torresbodetiano puede describirse como posrevolucionario, ya que se plantea como una ideología adoptada por el régimen político en ese periodo. También podría describirse como liberal y social por incorporar el liberalismo social de la Constitución de 1917.

Se ha dicho que la ideología del régimen avilacamachista fue la llamada unidad nacional. Esto es correcto, pero sólo en parte; sobre todo, por lo que toca a la primera mitad del sexenio de Ávila Camacho. Yo diría que el humanismo de Torres Bodet fue el complemento de la unidad nacional que había sido la ideología de la primera mitad del sexenio. En ambos casos, lo que encontramos es una respuesta ideológica del régimen posrevolucionario a las condiciones internacionales. En otras palabras, la ideología posrevolucionaria no se entiende sin un punto de vista geopolítico. Como embajador en Bélgica, Torres Bodet presenció la brutal eficiencia de la maquinaria bélica nazi. A su regreso a México, en 1940, él tenía una idea muy clara de las causas más hondas de la debacle civilizatoria del totalitarismo y de lo que debía hacerse para construir una nueva cultura de la paz y la justicia social. Sin embargo, el humanismo de Torres Bodet no es sólo una respuesta a esos sucesos externos, sino que tiene raíces vigorosas en la historia del pensamiento revolucionario mexicano de la primera mitad del siglo XX.

El origen del humanismo torresbodetiano se encuentra en la obra cultural del Ateneo de la Juventud. Cuando Vasconcelos fue secretario de Educación Pública, no sólo renovó el programa educativo nacional, sino que ofreció el fundamento de un proyecto entero de nación que pretendía cambiar de manera profunda a México ya no con las armas, sino con las letras, ya no con soldados, sino con maestros. Como se recordará, Torres Bodet fue el jovencísimo secretario particular de Vasconcelos y pudo conocer los alcances de ese ambicioso proyecto. Podría decirse que cuando Torres Bodet encabezó la Secretaría de Educación Pública, dos décadas después, lo que él implementó fue una versión corregida, aumentada y actualizada del proyecto de su antiguo jefe, el proyecto transformador de redimir a los mexicanos por medio de la educación, el arte, la moral y la cultura. Se entiende ahora porque podemos llamar posrevolucionario al humanismo de Torres Bodet. Es revolucionario porque no se conforma con dejar al mexicano, al ser humano, tal como está, sino que pretende cambiarlo, mejorarlo. Y también es posrevolucionario porque procede del impulso más hondo de la revolución y, en lo particular, de una de sus corrientes principales, la vasconcelista. Torres Bodet fue dos veces secretario de Educación. La primera ocasión en el gobierno de Ávila Camacho, de 1943 a 1946, y la segunda en el de López Mateos, de 1958 a 1964. En ambas ocasiones, efectuó cambios en la secretaría que impactaron no sólo el sistema educativo, sino el país entero. En su primera gestión, por dar un ejemplo, puso en marcha la campaña nacional contra del analfabetismo y en su segunda, para dar otro ejemplo, desarrolló el programa de los libros de texto gratuitos. Sin esos dos proyectos ilustrados y revolucionarios no se entiende la historia de México en el siglo XX.

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