Hace cien años, la revista académica Annalen der Natur-philosophie publicó un texto con el título de Logisch-Philosophische Abdhandlung. El autor, Ludwig Wittgenstein era un desconocido en los círculos académicos alemanes, sin embargo, era una celebridad en Cambridge, en donde había estudiado primero y colaborado después con Bertrand Russell. En 1922, la traducción al inglés del escrito, publicada al lado del texto alemán, apareció con el título de Tractatus Logico-Philosophicus, que es como se le conoce hoy en día.
Pocas obras humanas son tan ambiciosas como el Tractatus. En el prólogo, firmado en 1918, al final de la Primera Guerra Mundial, Wittgenstein, entonces de veintinueve años, afirmaba de manera tajante que su obra resolvía todos los problemas principales de la filosofía. El libro es muy breve, está compuesto de una serie de proposiciones numeradas de acuerdo con una progresión lógica, por lo que asombra que el joven autor se declarara convencido de que ningún problema importante de la filosofía quedaba sin resolver; aunque algunos, los más importantes, se pasaran en silencio, porque, como afirmaba Wittgenstein, no pertenecían al ámbito de lo decible y, por lo mismo, de lo resoluble discursivamente. Wittgenstein advertía al lector que no debía quedar defraudado por la brevedad del libro, ya que lo que ello mostraba era lo poco que se obtiene cuando todos los problemas de la filosofía han sido resueltos.
No caeré aquí en la tentación de resumir el Tractatus Logico-Philosophicus. Tampoco me rendiré a la atracción de contar anécdotas jugosas sobre la vida de Wittgenstein. El lector interesado puede encontrar numerosos estudios académicos sobre esta obra y cuantiosos retratos biográficos de su autor. Me limitaré a recordar un dato que, después de leer el prólogo del libro, en el que Wittgenstein sostiene haber resuelto todos los problemas importantes de la filosofía, no deja de resultarme impactante. Años después, cuando Wittgenstein había abandonado la filosofía, llegó a la conclusión de que lo que había sostenido en el Tractatus Logico-Philosopicus estaba profundamente equivocado. Entonces, decidió volver a la filosofía para tratar de resolver los mismos problemas que lo habían ocupado antes. En la segunda época de su labor filosófica, Wittgenstein desarrolla un método filosófico distinto, que se basaba en el análisis del lenguaje ordinario.
Según el Wittgenstein de madurez, lo que él había sostenido en el Tractatus Logico-Philosophicus, obra deslumbrante, es mayormente falso. Supongamos que así sea, que el juicio de su autor sea correcto y que no encontraremos ahí la respuesta a las grandes preguntas de la filosofía. ¿Por qué vale entonces la pena leerlo? Es más, ¿por qué dedicar años a estudiarlo? ¿Se trata de una aventura intelectual, como sería, en un plano físico, escalar una montaña? ¿O de una aventura estética, como sería, en un plano sensible, admirar una catedral? Invito al lector a que se acerque al libro e intente responder, por su cuenta, estas preguntas.