Desde hace muchos años que la UNAM no pasaba por un trance como el que está viviendo ahora. Momento de definición que tendrá que ser resuelto de la mejor manera, no sólo por la Junta de Gobierno —que carga con la mayor responsabilidad— sino por la comunidad entera, es decir, por todos sus académicos, trabajadores y estudiantes.
Más allá de elegir al próximo rector o rectora, lo que tendrá que decidirse es el nuevo modelo de la universidad para los próximos años, porque resulta evidente que el modelo que comenzó allá en 1999 con el rectorado del Dr. José Ramón de la Fuente, prosiguió en 2007 con el rectorado del Dr. José Narro y se extendió en 2015 con el rectorado del Dr. Enrique Graue, ya dio de sí, no se le puede estirar más.
Siempre he pensado que no hay que temer a los momentos definitorios como el que ahora vive la UNAM. Por el contrario, debemos verlos como una oportunidad para mejorar. No obstante, hay que estar consciente de las dificultades a las que uno se enfrenta. Y en este caso, el de la sucesión de la rectoría de la UNAM, las dificultades no son pocas.
Un problema que percibo es que la comunidad universitaria está muy dividida tanto así, que quizá llamarla “comunidad” resulta equívoco y habría que llamarla de otra manera, puesto que una comunidad está unida por lazos estrechos que le dan estabilidad, cohesión y congruencia. Me atrevería a ir más allá y afirmar que la UNAM no sólo está dividida, sino que anda medio perdida; no sólo en el sentido en el que alguien está perdido porque no sabe cómo llegar a un sitio, sino en el sentido más fuerte en el que alguien está perdido porque no sabe de dónde viene y a dónde va. Para dejar de estar perdida la UNAM debe reencontrarse a sí misma, pero ¿cómo ha de buscarse para reencontrarse?
Me acordé de un caso imaginario planteado por el filósofo Gilbert Ryle en su libro El concepto de lo mental. Un visitante del extranjero es recibido en una universidad y se le da un paseo por las facultades, los laboratorios, la biblioteca y el auditorio; al final del recorrido, el visitante dice: “gracias por mostrarme todas estas instalaciones, pero, díganme, ¿dónde está la universidad?”. Lo que se le tiene que explicar al visitante es que la universidad no es el mismo tipo de entidad que una facultad, un laboratorio, una biblioteca o un auditorio, sino que es la manera intangible en la que todo ello está organizado de acuerdo con un propósito rector.
Traigo a cuento esta anécdota para sostener que para reencontrase a sí misma, la UNAM no debe caer en un error semejante al señalado por Ryle. La discusión sobre la universidad que es menester tener en estos días no puede ser superficial, por más que tome en cuenta a todas sus facultades, institutos, escuelas, y a todos sus órganos colegiados, gremios e integrantes, sino que tiene que ir más a fondo, llegar al fundamento de su propia existencia. Dicho de otra manera, debe reflexionar acerca de su identidad, de su esencia, de su finalidad última. Sin embargo, debe tener mucho cuidado de no caer en lo mismo de siempre, de repetir las mismas fórmulas, de ahorrarse el esfuerzo de reflexionar.
Para ilustrar la advertencia anterior ofrezco una anécdota verídica. Un grupo de profesores de la UNAM caminaba por las calles de Mérida buscando una iglesia en lo particular. Le preguntaron a una persona de por ahí que dónde estaba esa iglesia. El hombre los miró con extrañeza y les respondió casi con molestia: “¡Esa iglesia está donde siempre!”.
Los edificios de la universidad no se han movido de sitio, pero si queremos reencontrar la esencia y la finalidad de la UNAM no podemos buscarlas donde siempre. La UNAM de 2023 no es la misma que la de 1910, cuando se fundó, ni la de 1945, cuando se redactó su Ley Orgánica, ni la de 1999 cuando comenzó el régimen de casi un cuarto de siglo en el que ha vivido. Para reencontrar a la UNAM en 2023 tenemos que hacer un ejercicio de imaginación rigurosa y creativa. Para reencontrar a la UNAM en 2023 es imprescindible repensarla.