E l próximo domingo 25 de septiembre, se cumplen diez años del fallecimiento de Alonso Lujambio.
Estas líneas van dedicadas a mi mentor, maestro, amigo y colega, en un aniversario especialmente significativo de su prematura muerte. A pesar de su pronta y trágica partida, a los 50 años, Alonso Lujambio tuvo una vida sumamente prolífica y fructífera, tanto en la academia como en el servicio público. Politólogo de formación por el ITAM, tuvo en Federico Estévez a su gran maestro. Para continuar con su instrucción profesional, en Yale se convirtió en uno de los discípulos de Juan Linz.
Con una agenda de investigación atrapante, Lujambio formó a distintas generaciones de estudiantes de Ciencia Política en el ITAM. Las relaciones ejecutivo-legislativo, el federalismo, los partidos políticos, el andamiaje en el funcionamiento de los congresos, la Historia y las constituciones de México, las biografías políticas, la transparencia y rendición de cuentas y, particularmente, los estudios electorales, fueron las áreas de investigación en las que realizó sus principales contribuciones.
La carrera de Lujambio en el servicio público fue brillante y ejemplar. De 1996 a 2003 formó parte de aquella generación del Consejo General del entonces IFE, presidido por José Woldenberg e integrado por Jacqueline Peschard, Juan Molinar, Mauricio Merino y Jesús Cantú, entre otros, quienes tomaron las riendas del máximo órgano de dirección de la autoridad administrativa electoral federal, y defendieron su plena autonomía ciudadana. A Lujambio se debe el diseño del esquema de rendición de cuentas y fiscalización de los partidos políticos, como presidente de la Comisión de Fiscalización del IFE. Poco tiempo después del fin de su cargo en el IFE, participó en la misión de la ONU, encargada del diseño de un nuevo sistema electoral para Irak.
Pero el electoral no fue el único órgano constitucional autónomo del que Lujambio formó parte. Fue comisionado del entonces IFAI y luego su presidente. Más tarde, en una decisión más que acertada, fue invitado por el presidente Felipe Calderón para ingresar al gabinete como secretario de Educación Pública, cargo del que tuvo que separarse cuando los síntomas del terrible cáncer que terminaría por causarle la muerte, requirieron de cuidados intensivos. Aun así, para coronar una espectacular carrera, alcanzó a rendir protesta y fungir unas semanas como senador de la República, en un cargo que, de haberle alcanzado la vida, habría desempeñado por seis años con enorme convicción y estupendos resultados.
En un momento en el que está a discusión una reforma electoral regresiva, los organismos constitucionales autónomos —particularmente el INE— se encuentran bajo asedio, los partidos políticos enfrentan importantes desafíos de identidad, y como vehículos de representación política, el liderazgo en la educación pública es más bien precario, y donde persisten muchas otras señales de una regresión democrática y un deterioro de la vida pública, cuánta falta hacen voces con rigor académico y talento político, indispensables para dar sentido y dirección a la vida política, como la de Alonso Lujambio.
A reserva de los homenajes que la conmemoración amerita, en el ITAM hemos realizado un esfuerzo permanente por mantener y difundir su obra y legado, a través del Centro de Estudios Alonso Lujambio. En breve, se dará a conocer el texto ganador del concurso de ensayo —ya en su décima edición—, que lleva su nombre. Lo extrañamos y nos sigue haciendo mucha falta. No sólo a su familia y entorno cercano. También al país entero, para dignificar la vida pública.