Por fin, la campaña

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Aunque usted no lo crea, apreciable lector, y sienta que llevamos desde el verano pasado —en un caso— y desde junio de 2021 —en otro—, apenas dieron inicio hace unos días, el 1º de marzo, las campañas presidenciales, las más relevantes de las que se realizarán en pos de los más de 20 mil cargos en disputa en la jornada electoral del 2 de junio.

Cada elección presidencial presenta algunos rasgos de continuidad con las anteriores y otros específicos del proceso electoral determinado. Por un lado, es evidente que, en cualquier parte del mundo donde hay elecciones, el partido en el poder aspira a mantenerse en él, mientras la oposición busca que haya alternancia. El Gobierno en turno despliega, pues, los recursos que están a su alcance para lograr la continuidad, pero ese voluntarismo político está acotado por las “reglas del juego” establecidas en la Constitución y las leyes respectivas. Esto último resulta especialmente importante en países como México, donde en la misma persona recaen la Jefatura del Estado y la del Gobierno. Ahora bien: nunca, en la todavía breve historia de vida democrática del país, habíamos visto a un Presidente que buscara tanto, y de tan diversas formas, tener injerencia en el proceso electoral para favorecer a los suyos. Durante el periodo conocido como intercampaña, el Presidente, incluso, aprovechó para, nuevamente, y por tercera ocasión en catorce meses, presentar una regresiva iniciativa de reforma constitucional para pretender cambiar sobre la marcha, sin el mínimo diálogo ni consenso, el sistema electoral vigente.

Además, la campaña arranca en un ambiente complejo. No es la primera vez que ocurre en un clima de violencia política, pero el entorno actual es particularmente grave por el número y frecuencia de personas asesinadas. Véase el informe de “Votar entre balas”, de Data Cívica, para entender la magnitud de lo que está ocurriendo en el país.

Algo que sí es una novedad, es la profunda incredulidad en el conjunto de encuestas, con honrosas excepciones. Más allá de la percepción de que se está cerrando la contienda, el efecto propagandístico que tuvieron en los meses previos llegó a una frivolidad delirante.

La campaña arrancó en medio de un renovado ataque de parte del Gobierno federal contra algunos medios de comunicación que no le son afines, ensanchando los límites que antes habíamos observado. Al reportaje de ProPublica, realizado por Tim Golden y ampliamente difundido en redes y la conversación pública, siguió el del New York Times, firmado por Natalie Kitroeff, jefa de corresponsalía para México, Centroamérica y el Caribe, a lo que el hombre más poderoso del país respondió con la difusión del teléfono celular de la periodista —acto que detonó una investigación por parte del Inai— y la declaración de que su autoridad moral y política está por encima de la ley. Una de las frases que, sin duda, quedarán por siempre asociadas a su estilo personal de gobernar.

Y también inició ya la infame “spotiza”, esa lluvia incesante de promocionales de las candidaturas y de los partidos en radio y televisión. En cuanto a las protagonistas de la contienda, destacan por sus simbolismos los primeros actos de sus campañas: el provocador evento de la candidata opositora en Fresnillo, con el desafiante mensaje de enfrentar a la delincuencia; mientras que la candidata del régimen, a pesar de los incalculables recursos movilizados en el Zócalo capitalino, incurrió en un tremendo dislate con el que será recordada para la posteridad. Vaya lapsus.

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