Horacio Vives Segl

Gorbachov y Cristina

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Horacio Vives Segl
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Me refiero a dos acontecimientos de gran relevancia en el ámbito internacional: el fallecimiento del último líder soviético, Mijaíl Gorbachov, y el polémico atentado contra la vicepresidenta argentina, Cristina Fernández.

Gorbachov fue uno de los líderes más prominentes en la recta final del siglo XX. Duró apenas 6 años al mando de la Unión Soviética, con un difícil y criticable comienzo. A pocos meses de iniciado su mandato, ocurrió la explosión nuclear de Chernóbil. Sin embargo, ese hombre, con su tan característico y prominente lunar en la frente, estaría destinado a protagonizar varios episodios históricos clave y profundamente trascendentes, entre los que destacan: la firma de tratados con Estados Unidos para un importante desarme nuclear; el retiro de las tropas soviéticas de Afganistán; el derrumbe de la “cortina de hierro”, con la democratización de los países del este de Europa —destacando, especialmente, el fin del Muro de Berlín y la consiguiente reunificación de Alemania—; y un fin incruento de la Guerra Fría, tras cuatro décadas y media de constante tensión con Occidente. Estos y otros logros lo consagraron como un gran estadista y lo llevaron a ser reconocido con el Premio Nobel de la Paz en 1990. Sin embargo, nadie es profeta en su tierra: la estatura política de Gorbachov es mucho más valorada en Occidente que en Rusia.

Si se le compara con el actual presidente ruso, los liderazgos no pueden ser más contrastantes. Mientras uno promovió la democratización y la apertura, el otro ha regresado a Rusia al autoritarismo y al aislamiento. Putin se ha lamentado en muchas ocasiones de la “pérdida de la grandeza soviética”, que no es otra cosa que nostalgia del antiguo imperio de los zares —que ha intentado restaurar con sus intervenciones en Georgia y en Moldavia y, especialmente, con la guerra de invasión de Ucrania—, achacándole tal “catástrofe” precisamente al recién fallecido Gorbachov, lo que explica la mezquindad de no realizar unos merecidos funerales de Estado y relativizar la relevancia de uno de los inquilinos más influyentes que ha tenido el Kremlin.

En otras latitudes, resultó impactante lo ocurrido en el porteño barrio de La Recoleta el pasado 1 de septiembre. Separemos los hechos de las especulaciones: en medio de una nueva crisis política, agravada con el pedido por parte de la fiscalía argentina de 12 años de prisión e inhabilitación perpetua contra Cristina Fernández, lo que todos pudimos observar fue a un hombre que apuntó a la vicepresidenta con una pistola, a escasos centímetros de su cabeza, cuando llegaba a su residencia y era ovacionada por un grupo de seguidores, y vimos también que el arma, por algún motivo, no se detonó. Más allá de lo que arrojen las investigaciones, ya tenemos dos cosas muy claras: primero, la falla escandalosa en la seguridad de la vicepresidenta y, segundo, la extraordinaria suerte de Cristina. Para ponerlo en perspectiva: según Amnistía Internacional, más de 500 personas pierden la vida cada día en el mundo por detonaciones de arma de fuego. Vaya ángel de la guarda.

De inmediato Cristina Fernández recibió un importante respaldo de la comunidad internacional, que repudió enfáticamente el episodio, además de las multitudinarias muestras de apoyo popular en su país, expresadas en calles, medios de comunicación y redes sociales. Esto, por supuesto, mete en un contexto de extrema presión política a quienes tengan que resolver las causas judiciales en su contra.