Historia, política y elecciones

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Dedico la colaboración de esta semana a tres temas dispersos que, ya sea por coyuntura o por conmemoraciones históricas, resultan relevantes actualmente: los 200 años de la muerte de Agustín de Iturbide, la decisión de Joe Biden de no buscar la reelección como presidente de Estados Unidos y las cruciales elecciones presidenciales a celebrarse el domingo en Venezuela.

Un aniversario tan importante como son dos siglos del fusilamiento del único emperador mexicano —que no de México, si se considera a Maximiliano de Habsburgo—, el 19 de julio de 1824 en Tamaulipas, es relevante porque pone en el centro del análisis histórico a uno de los personajes más importantes, poco valorados y deliberadamente satanizados de la historiografía de nuestro país. En la historia del siglo XIX mexicano se suele resaltar la pugna entre liberales y conservadores; durante el siglo XX, la historiografía revolucionaria se encargó de ensalzar solo a próceres y justas liberales; y el actual gobierno, con su demagogia maniquea, ahonda en satanizar como traidores de la patria a los conservadores. Iturbide es el arquetipo histórico del villano conservador. Cómo será la erisipela histórica que se quiso —con bastante éxito— llevar al olvido colectivo la fecha de la consumación de la Independencia, el 27 de septiembre de 1821, nada más por haber sido Iturbide el protagonista central. Y si a eso le sumamos que, la misma fecha, es también aniversario de su nacimiento (cumplía 38 en 1821), razón de más para esconderla bajo la alfombra.

En otros temas, en algo que era la crónica de un aviso esperado, finalmente el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, anunció que no buscará la reelección. Es una decisión de gran generosidad, que en mucho lo engrandece, por anteponer los intereses de su país y de su partido —y, habría que añadir, de la agenda internacional— a sus ambiciones personales. Gracias —en buena (enorme) medida— al mismo Biden, la vicepresidenta Kamala Harris tiene ya bien pavimentado el camino para obtener la nominación del Partido Demócrata y disputarle a Donald Trump, en noviembre, la presidencia. La decisión no es de ninguna manera sencilla, pues da argumentos a sectores republicanos —los más mezquinos, principalmente— para que también cuestionen si Biden debe o no terminar su presidencia (no olvidemos que todavía le falta uno de cada 8 días de su administración —seis meses de los 4 años que dura su mandato— para terminar el 20 de enero de 2025) y, ya en el extremo, cuestionar hacia atrás desde cuándo no habría estado en aptitud plena de gobernar. Con Harris como candidata, la campaña de contrastes se pone interesante: pareciera muy obvia la decisión entre optar por la estupenda Harris y el retorno al desastre de Trump. Pero, ciertamente, sabemos que hay ocasiones en las que el electorado decide mal. Hay muchas —algunas muy cercanas y recientes— experiencias al respecto.

Finalmente, Venezuela. Nunca hay que confiarse de un sátrapa como Nicolás Maduro y bajo esa advertencia no hay engaño. Aun así, no deja de emocionar que el próximo domingo se pueda poner fin a 25 años de autoritarismo chavista, hoy por hoy, una infame dictadura que ha pauperizado a su población y generado un éxodo sin precedentes. ¿Cómo podría no ganar el opositor Edmundo González (Plataforma Unitaria Democrática), de la mano de María Corina Machado? Sólo si se da una burda intervención del Estado.

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Guillermo Hurtado