Horacio Vives Segl

Isabel II: fin de una época de esplendor

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Horacio Vives Segl
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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El jueves 8 de septiembre de 2022, quedó marcado como el fin de una época histórica, que a varias generaciones les tocó presenciar.

Terminó el reinado de Isabel II, el más largo del Reino Unido y el segundo más largo registrado por la Historia —sólo superado por el de Luis XIV de Francia—. Hace apenas unas semanas, ya con sus 96 años de edad, había encabezado personalmente algunos de los eventos conmemorativos con motivo de su Jubileo de Platino: 70 años como monarca, a los que hay que sumar 214 días que le siguieron.

Dentro de su extraordinaria vida, hay una vastedad de logros que merecen ser recuperados. El más importante, la pacífica (en general) y exitosa conversión del otrora más poderoso imperio del mundo, en una potencia que —no sin dificultades— logró mantener su influencia geopolítica y cultural, tras el proceso de descolonización, del que nacieron un gran número de estados independientes, la mayoría de los cuales mantienen vínculos con Buckingham a través de la Mancomunidad de Naciones o Commonwealth.

Si algo se puede afirmar de Isabel II, es que fue una jefa de Estado confiable y predecible, que no sucumbió ante modas o presiones. Ahora bien, la combinación de ortodoxia y cierta flexibilidad ante los cambios globales —particularmente la relación de la Corona con la sociedad y los medios de comunicación—, permitió una importante revalorización de la monarquía parlamentaria más tradicional e influyente del mundo.

Algunos de sus viajes y encuentros con líderes mundiales, dejaron una honda impronta y permitieron medir su estatura política y moral. Con inigualable habilidad, supo construir sobre heridas que requerían sanar, tomando el tiempo preciso para lograrlo. Ahí están las históricas cumbres con el emperador Hirohito y los cancilleres alemanes; el viaje a Sudáfrica post apartheid y, por supuesto, el primer viaje realizado en un siglo por un monarca inglés a Irlanda, en 2011, tras la sangrienta y dramática experiencia de tres décadas de conflicto.

Con la muerte de Isabel II, naturalmente se presentan dudas fundadas sobre si su sucesor, Carlos III, tendrá el talento de su madre para resolver adecuadamente las pulsiones republicanas y/o separatistas, entre algunas de las 14 naciones independientes que conservan al monarca inglés como jefe de Estado. Hace unos cuantos meses, Barbados rompió ese vínculo histórico de 4 siglos con Londres, y se convirtió en la república más joven del mundo. Otros países del Caribe lo discuten. Ciertamente, no tendrían el mismo impacto que si ocurriera con Australia o Canadá. Pero, ¿quién querría abrir la caja de Pandora y provocar conflictos internos imprevisibles, sólo por liberarse de la presencia —esencialmente simbólica— de Buckingham? Parecería ingenuo o poco probable, al menos en el corto plazo. Más delicado sería que el cisma viniera dentro del propio Reino Unido, y que Escocia planteara un nuevo referéndum independentista, o que la ciudadanía de Irlanda del Norte, votara por su reunificación con la República, que ocupa el resto de la isla.

Finalmente, no deja de ser impactante lo que hemos visto y seguiremos viendo, en lo que toca al estricto y milenario proceso protocolario de sucesión en la monarquía británica, tanto por el componente de la jefatura del Estado como por ser la cabeza religiosa de la Iglesia Anglicana.

Es así que el mundo despide y rinde homenaje a la que, sin duda, fue la mujer más poderosa del siglo XX.