JJOO París 2024: balance

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Horacio Vives Segl
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Concluyó la XXXIII edición de los Juegos Olímpicos de la era moderna, celebrados en París. Aquí unas reflexiones, más allá de lo estrictamente deportivo. 

Empecemos por la complejidad que representa organizar un evento de la magnitud de una Olimpiada. Es un hecho que con el tiempo se fue reduciendo el número de opciones de posibles sedes, ya que, hasta ahora, el evento siempre se ha realizado en una ciudad específica, y no en todo el país anfitrión; menos aún en dos o más países. En esa lógica, no es gratuito que entre Europa y Estados Unidos hayan concentrado la mayor cantidad de ediciones hasta ahora, y que apenas se hayan celebrado tres en Asia (dos veces en Tokyo y una en Beijing), dos en Australia (vendrá la tercera en Brisbane 2032) y dos en Latinoamérica (México 1968 y Río de Janeiro 2016). Las exigencias financieras y las crecientes diferencias en desarrollo e infraestructura deportiva han obligado al Comité Olímpico Internacional a cambiar sus reglas, por lo que en el futuro podrán organizarse unas olimpiadas por varias ciudades e incluso por varios países. Sólo de esa manera, quizá, podremos algún día presenciar alguna edición en África, en Asia Central o nuevamente en Latinoamérica.

Además de las competiciones, los JJOO de París 2024 serán recordados por sus extraordinarias ceremonias de inauguración y clausura. Particularmente la de inauguración. Los franceses sorprendieron al mundo al decidir no hacerla, como era tradicional, en un estadio, sino utilizar parte de su bellísima y majestuosa capital, la Ciudad Luz, con sus plazas, monumentos, edificios y el Río Sena como punto central. Una ceremonia más “democrática”, si se quiere ver así, para que muchas más personas de las que caben en un estadio pudieran presenciar segmentos de ella, y —por lo mismo de que nadie podía presenciar todos sus aspectos— pensada para ser vista en su integridad por televisión (en París misma se instalaron cientos de pantallas gigantes).

Más allá de la controversia que suscitó, la ceremonia de apertura fue auténticamente extraordinaria. En este tipo de ceremonias suelen mostrarse aspectos de la historia y cultura de la ciudad y del país sede, poniendo además en relieve la importancia de la fraternidad, el compañerismo y los demás valores que orientan el deporte. Pero además ahora se adoptaron ciertos mensajes políticos, con resultados mixtos. Por ejemplo, el guiño al feminismo con las esculturas de mujeres destacadas —no necesariamente en el ámbito deportivo— que emergían del Sena, así como a todas las diversidades que definen a la Francia moderna: étnicas, culturales, ideológicas y, por supuesto, sexuales, incluyendo las escenas drag que —por motivos ya bien sabidos— suscitaron gran polémica entre sectores conservadores católicos y de otras denominaciones cristianas. Quién sabe si quede alguien que no piense que fue a propósito: la cultura francesa es esencialmente provocadora, revolucionaria, y los temas mismos de la ceremonia nos lo iban remarcando.

Finalmente, el caso de la delegación mexicana y las sin duda muy merecidas cinco medallas, al igual que los demás atletas que llegaron a las finales, aunque no subieran al podio; todos ellos motivo de orgullo para el país… inversamente proporcional a la falta de liderazgo y la mala gestión de Ana Gabriela Guevara, quien, otrora brillante atleta olímpica, representa hoy lo más lamentable de todo el ciclo olímpico de París 2024.