Horacio Vives Segl

Lecciones de Argentina, 1985, para Latinoamérica, 2022

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Horacio Vives Segl
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Hace unas semanas se estrenó en México la película Argentina, 1985, dirigida por el talentoso cineasta Santiago Mitre, quien además escribió conjuntamente el guion con Mariano Llinás. Tras un enorme éxito en su país de origen, ahora que arranca la temporada de festivales por el mundo, va cosechando merecidísimos laureles.

Para quienes estén familiarizados con la historia política contemporánea de aquel país, el título es un spoiler de la trama. Se ubica en las escasas semanas que trascurrieron para que la fiscalía llevara al banquillo de los acusados, en 1985, a los miembros de las Juntas Militares que encabezaron el terrorismo de Estado perpetrado por la más atroz de las dictaduras padecidas por Argentina, la que duró de 1976 a 1983.

Con una equilibrada combinación de hechos reales con otros de ficción que funcionan estupendamente para contar una historia muy potente, el filme se centra en el proceso mediante el cual el fiscal del caso, Julio César Strassera, tiene que armar, junto con el fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo, al equipo encargado de integrar la investigación para llevar ante la justicia a los exdictadores. El impecable trabajo actoral liderado por el —una vez más, espléndido— Ricardo Darín, permite llenar de matices a una personalidad tan contenida y discreta como la de Strassera. En una de las líneas clave de la película exclama “los tipos como yo no somos héroes”, para que quede claro al espectador el desafío hercúleo que tenía frente a sí ese “hombre común”, en su cita con la historia. La actuación de Peter Lanzani para interpretar a Moreno Ocampo es igualmente estupenda, como también la del resto del elenco.

Como era de esperarse, las decisiones respecto al guion de la película con un tema tan polémico iban a generar importantes controversias. La cercanía de la historia y el tratamiento de algunos personajes, instituciones y situaciones han generado polémicas. En los vericuetos del lenguaje cinematográfico se permiten ángulos y licencias para contar historias sin fisuras, que en los libros de texto no serían aceptables.

La película de Santiago Mitre es una obra maestra, valiosa por distintas razones: demuestra que el horror de la dictadura militar sigue siendo una fuente de inspiración para contar buenas historias; sin llegar a sarcasmos fuera de lugar, está narrada con una dosis de humor inteligente que sirve para evadir al espectador del violentísimo horror al que se está confrontando; también sirve para cimbrar al espectador, en por lo menos tres momentos tremendos: el diálogo telefónico entre Moreno Ocampo y su madre, el desgarrador testimonio de Adriana Calvo y, por supuesto, el alegato de cierre de Strassera, una pieza discursiva magistral.

Finalmente, es una película con una muy importante contribución política y social. No sólo es instrumento para el nunca suficiente ejercicio de concientización y memoria colectiva para futuras generaciones, sino que además es muy oportuna para valorar lo preciada que es la democracia, los peligros que ésta enfrenta casi 40 años después del momento que describe la película y —quizá lo más importante— la necesaria subordinación que siempre deben tener las fuerzas armadas al poder civil, para evitar tensiones autoritarias y, en el extremo, la ruptura del orden constitucional. Cosa de ver lo ríspida que está siendo la transición de gobierno en Brasil o la intensidad de la militarización en México.