El lunes 3 de abril se cerró un ciclo sumamente importante para la democracia mexicana.
Concluyeron su mandato en el Consejo General del INE los últimos miembros nombrados en 2014, cuando se transformó el IFE en INE, la institución autónoma del Estado mexicano que se encargaría ya no sólo de la celebración de las elecciones federales, sino también estatales y municipales, en conjunción con autoridades locales.
Concluye así un exitoso ciclo de 331 elecciones organizadas por personal altamente especializado, con alternancias partidistas determinadas exclusivamente por la voluntad del electorado, sin conflictos postelectorales, y con una institución cada vez más robusta y cercana a la ciudadanía mexicana.
Presenciamos también la renovación escalonada en la llamada “herradura de la democracia”, cuyo arreglo institucional permite la permanencia de consejeros electorales que cuentan con experiencia en la dura y especializada tarea del arbitraje electoral, al tiempo que, con la llegada de nuevos perfiles se posibilita una renovación de la máxima autoridad electoral administrativa del país.
Concluyeron su encargo Adriana Favela y José Roberto Ruiz, pero específicamente hago énfasis en quienes por su profesionalismo, impronta y arrojo dejaron una profunda huella en INE: Lorenzo Córdova Vianello, ahora exconsejero presidente, y Ciro Murayama Rendón, ahora exconsejero electoral.
Es bien sabido que en los tiempos que corren, desafortunadamente en no pocas ocasiones, en distintos puntos del planeta, algunos regímenes emanados de procesos democráticos, una vez que han llegado al poder, hacen todo lo posible para eliminar la institucionalidad electoral que les permitió obtenerlo, así como socavar todo lo que represente equilibrio de poderes y rendición de cuentas. Populismos que se enfilan hacia el autoritarismo, pues.
Los ataques contra el INE —al igual que contra otros órganos autónomos, cuando no han podido ser colonizados por incondicionales del régimen, y también ahora contra el Poder Judicial fueron, en los últimos 4 años, de la más variada índole, incluyendo descalificaciones permanentes desde el Palacio, recortes presupuestarios, intentos fracasados de cambios constitucionales, reformas legales inconstitucionales, amenazas sobre la revisión de su actuación y, en el más ruin de los casos, la promoción de denuncias penales.
Revisar objetivamente el desempeño de Córdova y Murayama es suficiente para afirmar categóricamente que fueron funcionarios ejemplares en todos los aspectos, incluyendo, por supuesto, la absoluta imparcialidad en el desempeño de sus cargos (de lo que es prueba su comportamiento en el proceso electoral de 2018, que llevó al Poder Ejecutivo Federal a quien hoy lo detenta). No obstante, nunca antes en la historia de este país, la autoridad electoral había sido sometida a tan injustificada y hostigante crítica y persecución, no sólo institucional, sino también personal. ¿Cuántas veces no escuchamos los más facciosos, delirantes y falsos ataques contra Lorenzo y Ciro por parte del régimen y sus personeros? Y, a pesar de ello, supieron siempre defender, con argumentos, razón y arrestos, al INE como institución medular de la democracia y del Estado mexicano.
De forma muy simple, pero no desacertada, podemos decir que en el ejercicio despótico del poder, hoy la clase política mexicana se divide en dos: los que se someten y los que no se dejan someter. Hay que reconocer que los nombres de Lorenzo Córdova y Ciro Murayama —dignos referentes del segundo grupo— quedarán en la Historia entre quienes defendieron con todas sus fuerzas, en un periodo de pulsiones autoritarias muy marcadas, a la democracia mexicana.