Partidos políticos mexicanos

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

2024 es particular para los partidos políticos mexicanos, ya que en este año se cumplen aniversarios importantes para aquéllos que formaron parte de la transición mexicana a la democracia —hoy en franco retroceso—, y también del que surge como nuevo hegemónico, en un retorno a la historia del autoritarismo mexicano.

Tras la amarga experiencia de la semana pasada, en la que, finalmente, terminó por fracturarse el precario dique opositor y se aprobó en el Senado la nefasta reforma al Poder Judicial, los partidos enfrentan situaciones muy complejas de cara al inicio del nuevo Gobierno, la apabullante agenda de reformas de la actual Legislatura y el régimen que se asoma. Así, los costos en reputación para los partidos se distribuyen de distintas maneras ante estos aniversarios clave.

El PRI cumple 95 años. Partido con vocación de poder y que fuera, con todos sus vicios, lo que hoy se pretende calcar: la “dictadura perfecta” o la “monarquía sexenal absoluta”. De ser el partido hegemónico y articulador de la vida política en el país, fue lo suficientemente dúctil para mantenerse como actor político fundamental durante los dos gobiernos panistas e, inclusive, recuperar la Presidencia de la República. Y, luego, la debacle. El Revolucionario Institucional nunca había sido más débil que ahora.

Acción Nacional debió conmemorar este fin de semana patrio 85 años de existencia. Y como no hay mucho que celebrar, los festejos fueron suspendidos. Nada para tirar pirotecnia, pues. La reciente coyuntura del caso de los Yunes, los resultados de la última elección y el proceso de renovación de su dirigencia ponen en un profundo dilema al que fuera el histórico partido de oposición del siglo XX. Tras haber alcanzado la Presidencia, con Vicente Fox y Felipe Calderón, entre 2000 y 2012, y su mejor posición en el federalismo electoral mexicano en esos años, el retroceso ha sido contundente. Dado el momento político que vive el país, el PAN está llamado a volver a desempeñar el rol institucional de sus orígenes: ser la oposición que combata al régimen, a pesar del desolador panorama. Una reedición de la “brega de eternidades” gomezmoriniana.

El caso del Partido de la Revolución Democrática es, sin duda, el peor. Articulador de la energía política y social del frente de partidos que postuló a Cuauhtémoc Cárdenas en las elecciones presidenciales en 1988, su fundación, al año siguiente, fue crucial para avanzar en el proceso de transición a una democracia pluralista. Muchas de las agendas y conquistas que fueron sus banderas, hoy se ven traicionadas por la camarilla que, a lo largo de poco más de una década, fue dinamitando al partido hasta reventarlo desde adentro, y hoy se encuentra en el poder con otras siglas. A 35 años de su fundación, el PRD perdió el registro como partido político nacional y queda relegado a procurar que no corra la misma suerte en los estados en los que aún tiene alguna presencia como actor local.

Por contraste, apenas a 10 años de haber obtenido su registro, vemos a Morena como esa aplanadora concentrada en destruir la institucionalidad de la democracia pluralista de las tres décadas previas —el único período de democracia constitucional en la historia del país, junto con los dos años del gobierno de Madero— para regresar a un régimen populista, demagógico, hegemónico y autoritario. Las semanas previas y, en particular, el 11/S en el Senado, lo dejan más que claro.

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