Los roles de género han estereotipado las conductas que debemos tener las mujeres, una de ellas es el llanto, que se ha manejado como “una expresión de debilidad propia de mujeres”. Y por eso se dice que nosotras lloramos por todo; lloramos para conseguir cosas, lloramos cuando nos quejamos, lloramos cuando pedimos ayuda, lloramos cuando nos enojamos y si no lloramos, no parecemos sinceras.
En los últimos días hemos visto cómo muchas mujeres han denunciado a sus agresores, ya sea por acoso, abuso sexual, violaciones e incluso sus familias y amigas han denunciado desapariciones y feminicidios. Y en la opinión pública se ha desatado toda una valoración de la veracidad de las denuncias a partir de la forma en que las mujeres denunciamos.
Por un lado, la crítica constante del tiempo. ¿Por qué hasta ahora, por qué no en el momento del hecho, por qué dejo pasar el tiempo? Como si el dolor o la conducta denunciada perdiera valor por su temporalidad. La otra crítica ha sido preguntarle ante quién denunció: ¿por qué no fue al Ministerio Público, por qué no llamó a la policía, por qué no se lo contó alguien? Todo enmarcado en el clásico sospechosismo que nada tiene qué ver con el legítimo derecho que tenemos todas las personas del acceso a la justicia, cuando somos señaladas de algún delito, sino más bien con una intención deliberada de minimizar el hecho a denunciar y a la mujer que denuncia, poniéndolo todo en duda.
Pero no ha bastado con la saña de estos prejuicios, sino que han llegado al absurdo de criticar la forma en que lo hacemos. Es decir, la denunciante tiene que ser la víctima perfecta, para creerle. Si denuncia, tiene que llorar, y en un marco de revictimización, nada de empoderamiento, ni de venganza, ahí también se debe ver reflejado su rol de género de sumisión y abnegación, si no, no se le creerá. Deberá sí pedir justicia para ella, pero no podrá juzgar ni desestimar los métodos para alcanzarla, ni a las autoridades correspondientes. Porque claro, si es capaz de enfrentar así a las autoridades y hablar de esa manera, se preguntarán por qué no enfrentó así al agresor en su momento, y entonces, de nuevo, encontrarán un resquicio para poner en duda la violencia.
Hoy, las mujeres nuevamente hemos sido señaladas por la forma de manifestarnos, porque lo que se espera de nosotras es la continuidad de un comportamiento que permitía la permanencia de un sistema en donde no pasa nada y así, la invitación es a que denunciemos pacíficamente y después esperemos pacientemente a que llegue la justicia y a que nunca perdamos la esperanza. Nos exigen que guardemos y moderemos nuestro enojo para que nos crean, nos piden que lloremos y supliquemos justicia, nos quieren obligar a creerles que hay un maligno que nos manipula, pero que estemos confiadas, porque ellos nos están cuidando, nos piden que lloremos en su regazo para darnos consuelo.
Hoy, las mujeres seguiremos denunciando como nos venga en gana y no nos callaremos más.