Violencia obstétrica

HABLANDO DE DERECHOS

Jacqueline L'Hoist Tapia<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Jacqueline L'Hoist Tapia*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

La doble moral, en relación con el embarazo, es una constante en nuestra sociedad, por un lado, la mirada conservadora que se opone a que las mujeres ejerzan su derecho a decidir y, por otro, una fuente empleadora que despide a una empleada que se embaraza. Esta misma sociedad exige de las mujeres un comportamiento durante el embarazo y al momento del parto, porque para eso estamos hechas, para parir con dolor.

A lo largo de la historia hemos visto cómo la ciencia no está exenta de prejuicios discriminatorios; algunos ejemplos de ello son la eugenesia y los estudios durante la Segunda Guerra Mundial hechos por médicos nazis que trataban de demostrar la superioridad de la “raza aria”. Pero, así como ha habido prejuicios raciales en la medicina, también los hay de género, y un ejemplo de ello es la violencia obstétrica que sufren miles de mujeres por el hecho de ser mujeres. ¿Cuántas veces no hemos pensado en lo incómodo que es hacerse una prueba de Papanicolau o una mastografía? ¿Cuántas veces no hemos visto casos de mujeres que les aplican cesárea a pesar de que no hay ninguna complicación, sólo porque no quieren tener más tiempo a las mujeres en el hospital? Todos estos casos son expresión de violencia obstétrica.

Pero, ¿por qué la medicina obstétrica se considera violenta? Desde el siglo XIX, médicos como J. Marion Sims, considerado por algunas personas como un referente de la ginecología moderna, realizaban crueles experimentos con mujeres africanas esclavas en los cuales las operaban sin anestesia y muy probablemente sin su consentimiento. Algunos avances en la ginecología tienen un pasado terrible, lleno de violencia y maltrato hacia mujeres.

A pesar de que la violencia obstétrica está tipificada en 28 estados de la República, 3 de cada 10 mujeres que dieron a luz en los últimos 5 años, han sufrido violencia obstétrica en México, según datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) de 2021. Por otro lado, los estados en donde más prevalece este tipo de violencia son San Luis Potosí, Tlaxcala y Ciudad de México.

Algunos de los daños de la violencia obstétrica se reflejan en gritos o regaños al momento del parto, comentarios humillantes y ofensivos al decirles; pero bien que abriste las patas, ahora te aguantas. O bien, obligarlas a permanecer en posiciones incómodas durante el parto; no resolver o ignorar las dudas que tengan sobre el bebé o el embarazo; las esterilizaciones forzadas; recomendar u obligar cesárea cuando no es necesario y en contra de su voluntad. Y por supuesto, quienes más padecen este tipo de violencia son las mujeres pobres e indígenas que van a hospitales en pésimas condiciones, con un cuerpo médico poco preparado y sin profesionalismo.

Desafortunadamente, toda esta violencia obstétrica termina muchas veces en la muerte de mujeres, de sus hijas e hijas en donde para ellas no existe ese “don de la maternidad como un privilegio divino” y por tanto, son tratadas como si no sintieran, o peor aún como si no fueran merecedoras de un trato digno.

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