Tiene sentido comparar cómo vamos con el coronavirus con otros países, da una idea, pero al final lo que importa siempre será lo que hacemos y dejemos de hacer.
Parece de contentillo el tema de las comparaciones. Cuando conviene lo hacen, pero si encuentran que lo que se plantea fuera del país cuestiona lo propio, las comparaciones son secundarias o se desacreditan.
Lo importante sigue siendo lo que se hace internamente. Por más obvio que sea, es lo que nos define y marca el destino.
Muchas son las virtudes de la estrategia oficial, lo que en algunos casos las ha frenado es la falta de autocrítica y el empecinamiento de las versiones únicas, rasgo distintivo del Gobierno. No se soslaya el muy complejo momento que le ha tocado a López Obrador.
El que se haya logrado atemperar que los hospitales no se saturen ha tenido sus bemoles, no ha sido una solución del todo, porque al paso de los días los temores ciudadanos han llevado a evitar ir a los nosocomios por la inquietud fundada de que se agudicen sus problemas de salud.
Otro de los problemas serios en estos meses es la comunicación. Nos la hemos pasado con falsas salidas, con presunciones de que se va a achatar la curva, que ya tocamos fondo, que se tiene controlada la situación o que “nos critican nuestros adversarios”; las expresiones por momentos parecen pretextos más que explicaciones.
Hugo López-Gatell ha sido un factor determinante para bien y para mal. Ha pasado por un singular proceso, de ser un reconocido científico, recordemos que al principio era el referente confiable, a meterse en los terrenos de la política.
La confusión en que nos metió respecto a la “fuerza moral” del Presidente se tradujo en una pérdida de confianza y en la percepción de un sometimiento hacia el mandatario en su calidad de científico. De la amabilidad y paciencia pasó a desacreditar a aquellos que lo criticaban con saldos lamentables, porque entramos en la desconfianza.
Los meses han sido aún más difíciles, porque el Gobierno no ha querido abrirse a escuchar opiniones. En innumerables ocasiones diferentes científicos, especialistas, académicos e incluso legisladores de Morena han propuesto discutir la estrategia del Gobierno para buscar alternativas propositivas y no ha pasado nada.
Falta mucho para pensar en balances. Como fuere, lo que ya está entre nosotros es un panorama letal, el cual parte de la brutalidad del virus y de lo que hemos hecho ante él. Si en el Gobierno no se siguen los lineamientos que proponen los especialistas, como es el ya famoso caso del uso del cubrebocas, es difícil que la ciudadanía cumpla.
En función de la experiencia internacional, del diagnóstico de un buen número de científicos y especialistas, resulta odioso, por decir lo menos, que el Presidente le rehúya al cubrebocas y que su gabinete, con marcadas excepciones, le juegue a ponérselo si no están con él o no ponérselo si lo tienen cerca.
Los números a los que estamos llegando estos días debieran provocar un alto en el camino. La razón estriba en lo que significan en sí mismos, personas, en lo que indican en la dinámica del país y en lo que son bajo una mirada global.
Todo indica que lo que viene va a ser igual de rudo y complejo, si no es que más, de lo que llevamos. Muchas crisis se nos están juntando y no se van a resolver con Lozoyas, Marros, Cruz Azul, filtraciones de conversación, elecciones y todo lo que nos rodea y que les está dando por ponerlo ante nosotros.
Hay que escucharnos y buscar caminos alternos. Hagámoslo por los cerca de 500 mil casos confirmados y las más de 50 mil personas fallecidas.
RESQUICIOS.
Por más líos que pudieran presentarse en el gabinete queda claro quién decide si se van o se quedan. No vemos por qué en el caso de Víctor Toledo las cosas sean diferentes, podrán tener diferencias, pero todo empieza y termina en Palacio Nacional por más que se asegure que puede haber diferencia de opiniones