AMLO, Claudia y las encuestas

QUEBRADERO

Javier Solórzano Zinser*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Javier Solórzano Zinser
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Si nos atenemos a una revisión detallada de las encuestas tenemos que asumir que el resultado no es sorpresivo. Unas de las grandes ganadoras del domingo son las multicitadas y muchas veces vituperadas empresas encuestadoras.

A lo largo de meses nos mostraron las abiertas diferencias entre los candidatos de Morena y la oposición; empezando por la clara definición sobre el eventual triunfo de Claudia Sheinbaum.

Sin embargo, el gran triunfador de la jornada electoral es el Presidente. A lo largo de años fue tejiendo este momento, el cual le salió, presumimos, exactamente como lo diseñó e imaginó. No se equivocó en su decisión de que fuera Claudia la candidata, a pesar de las diversas controversias, particularmente las del diluido Marcelo Ebrard, quien se fue deteriorando y difuminando minuto a minuto.

López Obrador se encargó de colocar a los tres candidatos a la Presidencia. Con Claudia lo hizo vía el partido que tiene bajo su control, a Xóchitl Gálvez no la dejó entrar a Palacio Nacional y de alguna manera la sacó del espacio que podía tener a la mano que era la Jefatura de Gobierno de la capital, y si bien Álvarez Máynez no era lo que quería, llegó vía a quien sí quería, Samuel García.

El Presidente tuvo el control del proceso de principio a fin. No sólo en la definición de candidaturas, sino también en los tiempos y en el indirecto sometimiento sobre el INE. De nada sirvió que el Instituto lo conminara a apegarse a la ley, porque hacía como que hacía caso, pero salía con su retahíla de mi pecho no es bodega y no me pueden coartar la libertad de expresión.

El Presidente ganó y para hacerlo tuvo una muy buena candidata. Claudia se apegó a una dinámica de la cual no se salió exponiéndose lo menos posible. Tuvo dos o tres tropezones que pasaron a segundo plano, porque la maquinaria se encargaba de protegerla.

El abrumador triunfo de Morena es la suma de las cosas. Un Presidente avezado que no deja pasar nada con una narrativa comunicacional de enorme efectividad. La gente salió a la calle a votar por López Obrador y, en segundo lugar, por Claudia. Los ciudadanos los ven como uno solo, pero, sobre todo, ven a la candidata triunfadora como la continuadora del proyecto del tabasqueño particularmente en el tema de los programas sociales.

El asunto no queda sólo ahí. El Presidente y su proyecto se han abocado como nadie lo había hecho hacia los sectores más desprotegidos, los cuales agradecen con su voto. En el camino muchas cosas han pasado y muchas trampas han hecho, pero lo cierto es que todo pasa a segundo plano por la narrativa presidencial y porque los programas sociales y el dinero fluyeron como en pocas ocasiones hacia sectores que a lo largo de los últimos años eran para los gobernantes elementos de decoración.

Del otro lado estaba una oposición totalmente desfigurada. A Xóchitl Gálvez la dejaron sola y más allá de los errores que pudo cometer tuvo que dar la batalla en dos sentidos: contra el oficialismo que lanzó toda la maquinaria en su contra y contra los fantasmas internos que nunca le ayudaron ni se pusieron abiertamente de su parte; Xóchitl caminó buena parte de la campaña absolutamente sola.

La oposición está derrotada, devastada, con descrédito altamente riesgoso y sin futuro. Morena puede gobernar algo más que seis años más consolidándose como partido centralista y unilateral que podría tener como su mayor adversario no a la oposición sino su dinámica interna.

Claudia va a tener que estar más atenta a Morena que a la oposición. A pesar del contundente triunfo, el futuro no es tan terso como se le quiere hacer ver. El país trae riesgos y más si el oficialismo no abre la puerta a los ciudadanos, porque por ahora la oposición cuenta un poco o nada.

RESQUICIOS.

No hay razón para que las y los candidatos se digan ganadores al cierre de las casillas. La oposición tuvo un patético papel. No solamente había perdido, sino que sabían la gran diferencia por la que habían perdido. ¿Para qué?