Si bien los gobiernos y municipios son quienes deben estar en la primera línea en organización y atención ciudadana ante la pandemia, los partidos, que son la base por la cual se gesta la gobernabilidad, parece que ni existen.
Ya se va viendo qué gobernadores y presidentes municipales han hecho sus deberes y quiénes de plano están rezagados, los cuales ya están siendo castigados en la aceptación y apoyo ciudadano.
La gestión y popularidad de los gobernantes está teniendo su gran prueba de fuego ante el coronavirus, lo que estén haciendo o dejen de hacer los va a colocar en su antes y después.
No es que se quiera que los partidos actúen como si estuvieran en campaña, lo que sucede es que ante una situación inédita el concurso de estas organizaciones, que se presume llega a amplios sectores de la población, está diluida y desaparecida.
En estos meses se ha venido a confirmar la crisis por la que pasan los partidos, la cual de igual manera se manifiesta a través de su falta de representatividad y de algo que cada vez es más grave, su confusa identidad y definición.
A los partidos no se les ven ni pies ni cabeza y es muy probable que cuando entremos en otra etapa de la pandemia al hacer balances tratando de reubicarnos, aparezcan como uno de los grandes derrotados.
La representación y atención que requieren los ciudadanos han pasado por confusas etapas en las que al mismo tiempo nos hemos sentido cobijados y cuidados, pero también en procesos de desatención y de información contradictoria.
La ausencia de los partidos muestra su falta de estructuras, no tienen cómo acercarse a la población, porque han perdido sus mecanismos para hacerlo, y porque no responden a lo que es la sociedad. Por más que hayan tratado no han podido, en estas lides no se puede vivir de la voluntad y presumimos que los ciudadanos de alguna u otra manera se han ido percatando de esta ausencia.
No es casual que en diferentes mediciones que se han venido haciendo sobre intenciones del voto o popularidad y apoyo a los partidos, quien destaca es Morena con menos del 22%, a quien los ciudadanos, ojo con esto, empiezan a ver como un ente aparte del Presidente.
Los ciudadanos le van a cobrar a los partidos su ausencia, la cual no es sólo de ahora. Se les va a cobrar también su insensibilidad y la distancia que tienen con los ciudadanos. Por más que no estemos bajo procesos electorales, los partidos no pueden actuar en el oportunismo y esperar a que vengan las elecciones para que los ciudadanos sepan de su existencia y presencia.
No somos los únicos en el mundo que están bajo esta coyuntura. El debate sobre el papel de los partidos es global, porque nos enfrenta a un gran dilema debido a que el acceso a la gobernabilidad en democracia no se puede entender de otra manera que a través de organizaciones, llámese partidos, las cuales debaten y compiten entre ellas para que en elecciones se elija a quienes deben gobernar.
Así como es un enigma cómo nos vamos a organizar cuando el coronavirus entre en otra etapa que permita una mayor libertad de acción ciudadana, también es un enigma lo que puede venir respecto a las representatividades, particularmente la mirada que los ciudadanos terminen teniendo sobre los ausentes partidos.
No se alcanza a visualizar en el mediano plazo lo que pueda suceder. Lo que es definitivo es que los partidos hegemónicos de otro tiempo se reinventan o desaparecerán. La dinámica ciudadana exige otras formas en todos los sentidos y los partidos en nuestro país poco o nada tienen que ver con ello.
Cuando el coronavirus entre en otra etapa por ausencia y una dosis de insensibilidad, los partidos podrían ser uno de los grandes derrotados.
RESQUICIOS.
Que conste. Dos buenos asuntos. La gira del Presidente por Guanajuato y Jalisco resultó conciliadora y atemperó los ánimos entre el Presidente y los gobernadores. El otro, López Obrador está dispuesto a revisar el pacto federal.