No tiene sentido forzar el regreso a clases presenciales. Hacerlo es poner en riesgo mucho de lo que se ha avanzado, por más que todo vaya a contracorriente.
La experiencia en otros países no necesariamente es un referente, debido a que en el nuestro la estrategia ante la pandemia ha sido profundamente desigual.
Se han vertido todo tipo de declaraciones por parte de las autoridades, lo cual ha generado en muchos casos confusión entre la población. El tema de las vacunas se ha sumado a ello. Al problema mundial que se está viviendo en cuanto a su distribución, traemos otro igual de serio, la distribución local.
Por más que el Presidente diga que se ha manejado bien la pandemia, hay evidencias de lo contrario. Una manera de verlo es el imparable número de contagios y fallecimientos que tenemos en el día tras día.
Conversando ayer con el doctor Raúl Rojas nos decía que en función de las cifras oficiales, y estableciendo una prospectiva basada en estos mismos números, en el país los contagios podrían estar arriba de los 20 millones y más y el de fallecimientos estaría alcanzando más del medio millón.
Tomar una decisión tan importante como el regreso a clases no puede sustentarse en el voluntarismo o el hartazgo que cargamos. Las consecuencias que puede traer una decisión de esta naturaleza pueden ser mayores, estamos todavía en medio de la pandemia teniendo sólo una tenue luz al final del túnel.
Las escuelas no son un asunto que competa sólo a los estudiantes y maestros, es un tema que pasa por las familias y por la sociedad en su conjunto, son muchas las variables que intervienen.
Mientras el país no avance en la aplicación de las vacunas, vamos a seguir expuestos a los contagios y fallecimientos. Si bien se han reducido los efectos de la pandemia, también es cierto que seguimos en medio de una saturación de hospitales.
Tomemos en cuenta que un nosocomio con 75% de ocupación de camas significa en términos reales una cercanía a la saturación. El problema no sólo son las camas, sino la capacidad que se tiene para atender a los enfermos, sobre todo considerando que las personas que están hospitalizadas deben tener una atención de primer orden.
El Consejo de Salubridad es quien debe determinar qué se puede hacer y qué no se puede hacer. Nos la hemos pasado escuchando al vocero como una especie de tótem que determina el rumbo de las cosas. No perdamos de vista que es el consejo quien determina hasta dónde se puede llegar.
En innumerables ocasiones la SEP ha insistido en que el regreso a clases depende de lo que determine la autoridad y del color del semáforo, por más que al afamado vocero, a veces, le parezca “intrascendente”.
Es claro que por muchos motivos urge el regreso a clases presenciales. Para los estudiantes es de enorme importancia por lo que significa el contacto con sus amigos y compañeros. Para las familias significa tratar de regresar a una cotidianidad necesaria que les permite reorganizarse; es claro que todos queremos y aspiramos el regreso presencial.
Sin embargo, si no se diseña una estrategia estatal y nacional, en ese orden, los costos pueden ser muy altos en términos de la salud y de las consecuencias que puede traer cualquier tipo de recaída en medio de una estrategia que ha sido desaseada y por momentos confusa.
Lo que urge atender es un diagnóstico preciso sobre el estado de enseñanza-aprendizaje en el país en tiempos de pandemia. Se va a tener que hacer un gran esfuerzo buscando equilibrar la educación del país, es claro que nos hemos ido para atrás y que ya cargamos con innumerables deficiencias en el proceso.
Todos queremos regresar, pero no por ahora.
RESQUICIOS
El acaparamiento de vacunas es grosero, para decir lo menos. Muestra las abiertas desigualdades sociales y económicas en el mundo, pero también pone en evidencia a quienes no invierten en investigación científica, en los científicos y en la producción de vacunas.