“El Diego”, más allá del juego

QUEBRADERO

Javier Solórzano Zinser
Javier Solórzano Zinser Foto: larazondemexico

Con Maradona todo era posible y real. Siempre estuvo entre nosotros, lo vimos crecer, lo vimos jugar maravillosamente y lo acompañamos en sus momentos más difíciles. Nos tuvo como testigos y cómplices viéndolo como si estuviera en un escaparate por el cual corría su vida.

Fuimos testigos de sus momentos luminosos y contradictorios. Lo vimos en medio de situaciones adversas las cuales olvidábamos con las alegrías que nos llegaban a la memoria colectiva de su historia futbolera la cual además nos reconciliaba con el juego y nos hacía respetarlo aún más.

La cancha era su espacio vital de vida. Desde el momento en que salía de los vestidores en la tribuna y a través de la televisión sabíamos que Diego sacaría su magia y nos mostraría cómo jugaba con el juego. Sabía que esperábamos lo maravilloso, lo inesperado y que la atención y la certeza serían sólo para él durante 90 minutos y más.

Maradona nunca olvidó su origen. Desde niño encontró que en medio de las innumerables adversidades bajo las que creció el futbol sería lo que le daría sentido y razón de ser. El juego fue el camino que encontró para alcanzar su más acabada expresión y destino.

Lo que quería decir lo decía con la boca porque nunca se calló nada, pero en donde se podía encontrar su forma de ser y de vida era en la cancha. Entendió que al jugar futbol era al mismo tiempo hacer lo que más quería y amaba y una forma de poder enfrentar y superar la adversidad bajo la cual vivió.

Maradona era el superdotado. Creció con la pelota con la cual se dormía. La tenía al lado como su cómplice y como su futuro. Nunca se cansó de ella y entendió desde muy chico que en el futbol podían pasar muchas cosas las cuales repudió en innumerables ocasiones. Sin dejar de reconocer sus tropiezos siempre fue claro y directo: “yo me equivoqué y pagué, la pelota no se mancha”.

Maradona desde siempre entendió y asumió que en la cancha la responsabilidad recaía en él y sólo en él, el lugar común dicta que “se echaba al equipo en la espalda”. Nunca escatimó su papel y fue más grande aún porque nunca dio un paso atrás en las buenas y en las malas.

Sus compañeros lo entendían y sabían que al pasarle la pelota, sin importar cómo lo hicieran, tenían un aliado que enderezaría el rumbo del balón y el juego por más adversidades y tránsito de jugadores que estuvieran de por medio.

Todo podía pasar en cuanto Maradona tenía el balón. A sus compañeros se les quemaban los pies con la pelota, antes de intentar cualquier cosa estaba “el 10”. Le daban el balón como acto de admiración, respeto, tributo y sobre todo como una solución al juego.

Jorge Valdano cuenta que cuando vio a Maradona correr desde media cancha con la pelota pegada a su pie izquierdo, deshaciéndose de los ingleses quienes se caían en medio de sus genialidades como fichas de dominó en el Mundial 86, pensó que lo peor que le podía pasar era que Diego le pasara la pelota, “hubiera sido imperdonable fallar un gol después de lo que había hecho”.

El interminable romance de Maradona con el futbol, con los argentinos, los napolitanos y con el mundo se debe al sentido que tiene el futbol para nuestras sociedades. La identidad y código que guarda el juego alcanza a todas las clases sociales, pero sobre todo es la esperanza y alegría de los más desprotegidos.

Maradona lo supo y por ello su vida fue sinónimo de un espíritu contestatario y crítico de abierta simpatía hacia la izquierda, la misma que vio y aprendió desde sus orígenes.

“El Diego” hizo con su futbol un punto de encuentro para Argentina en donde el juego forma parte de su identidad y su cultura. El país lo llora y el futbol también.

RESQUICIOS

El estudio de Bloomberg News de seguro sirvió para que algunos arremetieran contra el gobierno y su contradictoria estrategia contra la pandemia. Motivos de crítica hay, pero esta investigación no es necesariamente un referente; nos lo dicen el profesor Cruz y el doctor Erdely de la UNAM.

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