La intransigencia se ha convertido entre nosotros en un denominador común.
El efecto expansivo que el discurso político ha provocado en los últimos años ha alcanzado, a querer o no, a buena parte de los ciudadanos. La narrativa presidencial ha sido un factor de enorme influencia entre nosotros. El estar conmigo o estar contra mí se ha extendido a una gran cantidad de las relaciones sociales, lo que incluye también a los familiares.
En el Congreso la intransigencia ha detonado con mayor fuerza. A lo largo del mes no ha prevalecido la sensatez y la prudencia para dialogar y tratar de alcanzar entendimientos.
La mayoría sigue bajo el voy derecho y no me quito bajo argumentos que terminan por mostrarla con una visión unilateral de las cosas. La justificación del mandato del pueblo los ha enconchado. Por un lado, están buscando apurar entregarle al Presidente su “regalo” al aprobar las reformas que propuso el 5 de febrero, concepto que es en sí mismo simplón, que no le da trascendencia a lo que está proponiendo, y, por otro lado, se mueve bajo una intransigencia que lo único que provoca es una polarización aún mayor, la cual por lo que se ve no es asunto que consideren.
La mayoría está llevando las cosas a terrenos de enorme riesgo para el desarrollo de la democracia. Echar por delante la maquinaria para gobernar tiene la lógica de los resultados electorales, pero también tiene la concepción de cómo debe gobernarse en sociedad; tenga o no tenga razón se impone.
Del otro lado, está la oposición que se la ha pasado vociferando. El espectáculo en el Congreso ha sido por momentos lamentable. Las impugnaciones, las desacreditaciones e incluso los insultos no han llevado a nada que trascienda, de no ser dejar secuelas personales en el desarrollo de los debates que más bien por momentos se han convertido en discusiones insulsas.
La oposición se ha subido al ring con todas las de perder. Pueden tener un efecto mediático muchas de sus participaciones, pero en pocas ocasiones ha logrado establecer posiciones que enfrenten de manera analítica y propositiva los planteamientos de la mayoría que habrá que reconocer que poco o nada le interesan.
La intransigencia se ha venido extendiendo en la sociedad. El Presidente ha tenido mucho que ver en esto. La defensa que sus seguidores hacen de su Gobierno y particularmente en su persona lleva a que las redes y por momentos las calles se encuentran al borde de las confrontaciones directas, con todo lo que esto implica.
Podemos estar ante la inminencia de que la violencia verbal pase a la física, como de hecho ha sucedido en algunas ocasiones. De por sí en la sociedad se han venido dando cada vez más confrontaciones por cualquier incidente por menor que sea.
Si la política no entra en otros ánimos unos y otros encontrarán en la confrontación la forma de definir sus diferencias, muchas de las cuales son provocadas por estados de ánimo y por lo que sucede en la arena política.
Quisiéramos pensar que Claudia Sheinbaum tiene estos elementos en su radar. A pesar de su inobjetable triunfo debe saber que en buena parte de la sociedad hay ánimos exaltados que mucho tienen que ver con la narrativa presidencial. Reiteramos que veníamos polarizados, pero a lo que López Obrador nos ha llevado en ocasiones es a no poder discutir temas que tienen que ver con la política y ni qué decir de cuando se trata del Presidente.
La intransigencia puede definir nuestro futuro. Los tiempos son favorables para el nuevo gobierno, pero no hay certeza de que en la nueva gobernabilidad como continuidad entremos a un estado virtuoso.
Los problemas se agolpan y son serios con todo y popularidades y votos.
RESQUICIOS.
Se vienen seis años más de distanciamiento con España. No va a valer explicación alguna para que la nueva administración cambie su mirada de las cosas y de la historia y más estando de por medio el futuro expresidente. La Cancillería tiene que hacer algo más que mirar y acatar.