Jóvenes. El fantasma en el clóset

QUEBRADERO

Javier Solórzano Zinser*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Javier Solórzano Zinser
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Es cierto que estamos ante uno de los procesos electorales más importantes de nuestra historia. Está de por medio la gran cantidad de cargos en juego, lo cual lleva a una renovación significativa de personajes  políticos, está de por medio seguir o no en un proceso que llaman de transformación.

Vamos a ser gobernados sin importar el resultado por mujeres y hombres cuyo promedio de edad están entre los 40 y 50 años.

Los jóvenes siguen lejos de acceder a la política en cargos de importancia, son como un fantasma necesario en el clóset. El gran problema de esto es que se nos viene acabando el bono demográfico, porque el país va tendiendo a envejecer, la tasa de crecimiento poblacional ha ido bajando. Lejos están los tiempos en que las familias tenían una buena cantidad de hijos, pareciera que hoy en día las parejas optan por tener mascotas en lugar de tener hijos.

En muchos ámbitos no hemos tenido la capacidad de ubicar a las nuevas generaciones. La política se ha enquistado con políticos mayores, lo cual tiene a las viejas generaciones gobernando sin abrir espacios a jóvenes que significan en un buen número de casos nuevos pensamientos y audacia.

Muchos de ellos encuentran a la clase gobernante vieja y decadente. No sienten que los gobernantes tengan que ver con ellos, lo que incluye en muchos casos al Presidente, a quien acaban viendo auténticamente de otra generación y quizá hasta lejano.

Va a ser muy importante para el diagnóstico del país ver por quién votan los jóvenes mexicanos más allá de que de por medio haya programas sociales. Por ahora, sólo se está viendo en función del voto, pero no hay indicios de políticas que les permitan participar en todos los ámbitos que los motive más allá de la importancia de que en lo personal puede tener emitir el voto.

Por más que los programas sociales saquen del apuro cotidiano a muchos jóvenes, el gran asunto está en que tengan posibilidades de crecimiento y, sobre todo, se pueda construir en torno a ellos ambientes aspiracionales, por más que no le guste la palabra al Presidente.

Bajo esta perspectiva no está muy claro cuál puede ser la motivación de un buen número de jóvenes por ir a las urnas el domingo. Si bien están ante la posibilidad, en muchos casos, de votar por primera vez, la cuestión está en lo que les puede beneficiar el que gane uno u otro candidato.

Máynez fue el único que se metió en el tema. Sus visitas a 50 universidades le abrieron espacio en la mente de los jóvenes, su gran problema va a ser que con todo es poco sin dejar de contemplar que al colocar como eje a las universidades deja a una buena cantidad de jóvenes a un lado. Como sea, le quedó claro el objetivo y también quedó claro de nuevo que entrar en algunas universidades públicas es toda una odisea.

La UNAM sigue siendo un terreno complejo al igual que el Politécnico, de no ser que las autoridades pongan la alfombra, como sucedió en esta última institución con la visita de Claudia Sheinbaum; algo similar sucedió en la UdeG.

Las campañas en general adolecieron de la presencia de los jóvenes. No es la primera vez, pero llama la atención que tengamos al 30% de la población entre los 18 y 35 años y se piense poco en ellos con gobernantes que hablan de una transformación profunda de la sociedad.

Tenemos además una dolorosa deuda con las familias que tienen a sus hijos en la delincuencia organizada y que en muchos casos juegan el papel de sicarios. Sigue vigente la pinta en una barda en Culiacán: “Prefiero cinco años de rey y no una vida de buey como mi papá”.

Quien gane debe tener el tema en el centro de su agenda, es el futuro mismo.

RESQUICIOS.

Son muchas las razones para votar, independientemente de por quién lo haga. Está de por medio el destino del país por los próximos 3 y 6 años. Es además una acción cívica y de fortaleza y apoyo a las instituciones y convicciones democráticas. Dejar pasar es en algún sentido dejar pasar el país.