La inseguridad nos coloca muy a menudo en términos monotemáticos. No es que haya una obsesión, sino que más bien se padece con tanta regularidad que al final no nos queda otra que hablar de ella, porque al hacerlo hablamos de nosotros mismos y nos preguntamos qué hace el Estado para proteger a la sociedad.
Estamos desde hace tiempo en un callejón sin salida. El problema es multifactorial no se circunscribe sólo a nosotros. No dejemos de reparar que tenemos al norte al principal consumidor de drogas, a la vez que a la nación más armada.
EU no ha podido ni ha querido dar pasos significativos en esta materia. Ayer la Corte determinó que cualquier ciudadano estadounidense mayor de edad puede estar armado, como si no hubiera vivido en lo que va del año una serie de hechos traumáticos derivado de la cultura de las armas.
Como negocio son fundamentales en la estructura de la delincuencia. La demanda del gobierno mexicano a la industria no es un desplante, presumimos que es la convicción de que algo se tiene que hacer empezando por Estados Unidos.
El cruce de drogas en la frontera norte va aparejado con el de las armas. Llama la atención el tema de las drogas, pero no se puede entender el fenómeno haciendo a un lado el paso de las armas como elemento clave para crear una industria que tiene como soporte estas dos instancias: drogas y armas.
El fenómeno crece hacia Centroamérica por donde también pasan los migrantes, asunto que sigue sin atenderse ni entenderse en su debida dimensión, lo que pasó con el gobierno de Donald Trump fue un auténtico fracaso que nos colocó contra la pared y como lamentable contención de la migración.
Así como no tiene sentido pensar en el fin de las drogas y las armas, tampoco tiene sentido pensar en el fin de la migración, la cual es antes que nada un derecho. Todas estas circunstancias van conformando escenarios que minan la seguridad del país. La migración tiene un sentido social incuestionable, pero también es utilizada de manera oprobiosa por las bandas de la delincuencia organizada, las cuales tienen como sus ejes armas, drogas y en los últimos años el secuestro y trata de personas entre otras muchas manifestaciones.
En las últimas semanas hemos visto cómo la delincuencia se ha extendido en áreas que parecieran insospechadas como ha sido el cierre de pollerías en Guerrero y la presión a los aguacateros en Michoacán y hasta los viñedos en Coahuila han tenido que cerrar.
Sirve entender el fenómeno en su conjunto, pero lo que sirve más es un efectivo diseño de políticas y estrategias.
Organismos internacionales han reconocido que México es uno de los países mejor diagnosticados, si esto es cierto, lo cual probablemente lo es, resulta cuestionable no tener herramientas para enfrentar los problemas.
Una de las razones está en que los gobiernos tienden a empezar desde cero en cada sexenio o siguen el camino fácil de continuar las políticas de sus antecesores sin preguntarse nada.
López Obrador ha tratado de empezar de cero en diferentes áreas, pero en lo que corresponde a la seguridad se ha abocado de alguna manera a continuar con políticas cada vez más cuestionadas en la materia, a lo que se ha sumado una militarización que por ahora no está dando los resultados que el Presidente ha ofrecido.
Bajo esta breve revisión no queda otra que preguntarse por las 126 mil personas muertas por hechos violentos en lo que va del sexenio y por la muerte de 3 personas en una iglesia en Chihuahua.
Como decíamos ayer, lo peor que puede pasar es que el gobierno vaya perdiendo esta batalla.
RESQUICIOS.
Varios pilotos, ellas y ellos, nos aseguran que no tienen ninguna prueba para asegurar que hay una intencionalidad detrás del retraso de los vuelos. Nos dicen también que los incidentes aéreos son maniobras “definitivamente seguras”. Lo que es un hecho es que el AIFA no termina por despegar y el aeropuerto capitalino está al límite.