La imparable caída del PRI viene de hace tiempo. Quien quiere ver la crisis por los agarrones de estos días pierde de vista lo que ha pasado durante años.
Lo que está pasando ahora tiene que ver con todo ese pasado. Ocurrieron muchas cosas y a quienes dirigían el PRI les daba por la eternidad. Les dio por la inmortalidad por el hecho de haber recuperado la Presidencia en 2018. Pensaron que el regreso iba a cambiar la dinámica de lo que se estaba viviendo y que regresarían los tiempos del partidazo.
La victoria de Peña Nieto no fue esperanzadora para México, más bien fue la suma de factores que lo colocaron en una posición envidiable en el proceso electoral. No hubiera alcanzado la Presidencia si no fuera por la nostalgia ciudadana y el gran apoyo que le dieron los medios de comunicación, particularmente por Televisa.
Recordemos que muy pronto se acabó la sorpresa y la precaria esperanza. No habían pasado ni dos años de su gobierno cuando el país entró en un deterioro imparable en medio de una escalada brutal de violencia y altos niveles de corrupción.
Después de 12 años de panismo de pocos resultados y de empezar con los días aciagos por la violencia, buena parte de los ciudadanos optaron por un candidato que pudiera enfrentar a López Obrador, quien tuvo una campaña desigual y seguía siendo visto como personaje de alto riesgo. En el cinismo recordemos lo que se decía cuando se referían al PRI: roban pero reparten.
Cuando el tricolor empezó a competir políticamente en serio no solamente vinieron sus derrotas, también vinieron rompimientos internos, porque se fueron acabando las alternativas para sus integrantes. El ser gobierno le otorgaba a las y los priistas la posibilidad de tener empleo, era algo así como una agencia de colocaciones.
No se soslaya que a lo largo de muchos años el PRI haya sido un constructor de instituciones. Muchas de éstas hoy son parte fundamental en el desarrollo de la sociedad, pero esto no le dio una visión de futuro, porque el partido se carcomió por dentro.
Si alguien lo entendió fue López Obrador. Su pasado priista le ayudó a visualizar la importancia de vencerlo, evidenciarlo y dividirlo por dentro. La gran cantidad de expriistas que están en Morena son la prueba de que el Presidente sabía que al interior del PRI durante un largo tiempo la militancia y la movilización eran claves para ganar, lo cual llevó al PRD y Morena en donde de alguna manera se basó para desarrollar sus estrategias.
Algunos expriistas fueron colocados por López Obrador en lugares importantes de su partido para, posteriormente, llevarlos a su gobierno a donde se llevaron las malas mañas, como son los casos de Manuel Bartlett e Ignacio Ovalle.
Si bien el futuro de Morena tiene su propio camino ya tiene mucho del priismo al que tanto fustigan. En la vendimia política aceptaron a cualquiera que viniera del tricolor, quienes al manifestar su arrepentimiento o algo parecido de la noche a la mañana eran redimidos sólo por cambiar de partido, recibiendo, eso sí, una suerte de perdón por el pasado de parte de López Obrador.
La aguda crisis interna del PRI de estos días es la suma de las cosas. No han sido capaces de llevar a cabo una reflexión detallada sobre las elecciones, su presidente ni siquiera pensó en renunciar después de la peor derrota de la historia del tricolor. No hay mucho que hacer, porque ya ni militantes tienen y han entrado en el terreno de repartir culpas como si nadie fuera responsable del pasado ni del presente.
El problema que van dejando es que se va perdiendo la posibilidad de una oposición estructurada que obligue a la mayoría a negociaciones y que le pueda ofrecer a la sociedad alternativas; están bajo la cuenta del cloroformo.
RESQUICIOS.
Se dijo que gobernar no era tan difícil, que lo que se requiere es 90% de lealtad y 10% de capacidad. Ahora se dice que les gustarían jueces sin experiencia para el proyecto de la reforma judicial.