La sobreexpectativa

QUEBRADERO

Javier Solórzano Zinser
Javier Solórzano Zinser Foto: larazondemexico

Uno de los máximos retos que está enfrentando la Fiscalía y el Gobierno con el caso Lozoya es la sobreexpectativa que ha provocado.

En el imaginario colectivo existe la idea de que un conjunto de altísimos funcionarios terminará en la cárcel o al menos en los tribunales. Lo que sí se vislumbra es que estamos ante un largo proceso que podría estar lleno de mucho ruido y no necesariamente de hechos concretos, más allá del morbo. Un elemento que podría hacer que el caso trascendiera es que al final estamos ante un antes y un después.

Algo que está buscando la Fiscalía es lograr que el dinero regrese a las arcas del Gobierno, no es casual que esté buscando decomisar todo tipo de bienes del detenido entre algodones.

La posibilidad de recuperar el dinero se ve remota porque por lo menos con la información que se tiene, por ahora, no va quedando claro por dónde anda. Las propiedades de Lozoya por más suntuosas que sean son un buen trofeo, pero no pasan de ser sólo eso.

La maraña que rodea el asunto diluye las posibilidades de saber dónde se encuentra el dinero, quizá por ello de alguna u otra forma todos los mencionados por Lozoya parecieran estar tranquilos.

Al final de la historia habrá que valorar si en un caso como éste va a ser suficiente que todo quede en que la sociedad vea, entre el escarnio y el morbo, cómo expresidentes, exsecretarios de Estado y exlegisladores tienen que declarar ante las autoridades judiciales.

Por lo expresado por el Presidente pareciera que para él este hecho resulta particularmente importante, más allá del fondo que debiera tener el caso. Si así fuera efectivamente pudiera ser algo cercano a lo inédito, recordemos que el expresidente Luis Echeverría tuvo que testificar ante los tribunales, pero no dejaría de remitir buena parte del asunto al escándalo mediático que por definición es efímero.

Efectivamente es importante que la sociedad vea a personajes de este calibre ante los tribunales en función de la presunción de sus responsabilidades; sin embargo, quedarse sólo en esto podría dejar las cosas en el anecdotario y perder el sentido de oportunidad para enfrentar uno de nuestros males mayores, la corrupción desde el ejercicio del poder.

La Fiscalía tiene un reto mayúsculo, porque las evidencias que se conocen hasta ahora podrían enfrentar una serie de vericuetos que permitirían a los personajes señalados explicaciones sobre sus actos que serían utilizados para evadir sus responsabilidades.

El fondo del caso tiene el riesgo de diluirse si la Fiscalía no arma debidamente las carpetas. Si eventualmente esto sucediera, los riesgos para la Fiscalía y el Gobierno serán muy altos, independientemente del escándalo que pudiera provocar que el expresidente y su álter ego tuvieran que pararse ante los tribunales.

Al estar corriendo por salvar su pellejo y el de los suyos, Lozoya está dispuesto a cualquier cosa, lo cual no significa que necesariamente tenga evidencia de sus dichos.

Lo que sí va quedando claro, no de ahora sino también en función de los muchos testimonios e investigaciones que se hicieron sobre este tema, es que el pasado sexenio fue un batidillo y las consecuencias las estamos viviendo.

Es un considerable avance que se busque alcanzar las últimas consecuencias de un asunto que es particularmente sensible a la sociedad. El gran reto es poder llegar al fondo de lo sucedido en fondo y forma.

Lo que sin duda ya tenemos ante nosotros es un caso cargado de sobreexpectativa. El espectáculo está asegurado, pero todos sabemos que no basta con ello.

RESQUICIOS.

Una más del cubrebocas. Escuchando voces de científicos y doctores hay coincidencia en que no se trata de a como dé lugar obligar el uso del cubrebocas, aseguran que con que las altas autoridades lo usaran daríamos un paso significativo por la influencia que tienen. El afamado vocero le da vuelta una y otra vez a explicaciones que parecen insensatas, entre científicos y médicos nadie ha pedido el uso a ultranza.