Todo lo que rodea a Emilio Lozoya es importante y de resonancia.
En el imaginario colectivo existe la presunción de que puede ser un parteaguas para desentrañar, atacar y frenar, de una vez por todas, la corrupción en el ejercicio del poder.
Por más que haya habido intentos en el pasado por luchar contra la corrupción, las estructuras políticas y las complicidades inhibían cualquier intento. Tarde que temprano se enfrentaba a los aparatos de gobierno, los cuales estaban copados por grupos cómplices lo que construía un dique para evitar una auténtica lucha contra la corrupción.
Al paso del tiempo muchos de estos intentos se quedaron en el papel y no trascendieron del todo. La buena voluntad acabó siendo coyuntural, porque en el fondo nunca trascendió como estrategia de gobierno, los proyectos acabaron en propaganda sexenal por más que algunos tuvieron la voluntad de cambiar el estado de las cosas.
El sistema efectivamente se deterioró y carcomió, porque tiene a la corrupción como un mecanismo de relación política. Por más intentos que se hayan hecho las cosas no cambiaron, porque se colocó a la corrupción como una forma de gobierno; el dicho de que “el que no transa no avanza” es la patética definición de lo que hemos vivido.
Las expectativas que se han creado con López Obrador siguen siendo altas y creíbles. Sin embargo, todavía no existen elementos suficientes como para ver resultados concretos. En la cotidianidad mucho no han cambiado las cosas lo cual tiene su lógica, debido a que la corrupción está enquistada entre nosotros.
En la medida en que se ataque la impunidad los avances se van a poder apreciar. Se entiende es un largo proceso que no va a bastar con lo que se haga en el presente sexenio, lo que sí es importante es crear las condiciones para el proceso de un cambio que ataque todas las estructuras que a lo largo de décadas han sido carcomidas.
El caso Lozoya va adquiriendo importancia por lo que puede significar en sí, la lucha contra la corrupción desde el ejercicio político, y también por lo que puede significar para la sociedad. Estamos ante la posibilidad de poder desentrañar, atacar y castigar ante la justicia y ante la sociedad prácticas que nos han metido en callejones sin salida.
Todo lo que ya se está haciendo en el caso Lozoya está siendo atendido, más allá del morbo, porque se entiende que podríamos estar ante la posibilidad de cambiar formas de vida enquistadas.
La Fiscalía y en algún sentido el gobierno tienen una alta responsabilidad no sólo en el desarrollo del caso, sino también en la forma en que lo manejen y comuniquen. Hasta ahora prevalece la confusión, lo cual es profundamente delicado, porque el caso se viene construyendo desde hace tiempo y presuponemos que tienen información suficiente para, como hemos venido insistiendo, no la vayan a regar. Lo que se haga y no se haga ya está repercutiendo en el proceso mismo.
Se ha filtrado información interna que no hay manera de pensar que no haya salido de la Fiscalía. El propio Presidente se ha hecho eco de ella lo que presumimos la haya tomado como válida, lo otro sería que la Fiscalía le estuviera informando al Presidente lo cual colocaría en entredicho, para decir lo menos, la autonomía de la institución.
En la medida en que pasa el tiempo las cosas se van a complicar. No hay transparencia y a esto sumemos que el exdirector de Pemex lleva más de una semana en un hospital sin que nos den razón de nada, mientras les da por filtrar información que se presume está en la videoteca de Lozoya.
Insistimos, no la vayan a regar sino es que ya la están regando; con Lozoya se está jugando el cambio de paradigma.
RESQUICIOS.
Es cierto que no queda del todo clara la utilidad de compararnos con otros países por el coronavirus. Si quieren no lo hagamos, pero bastaría con ver lo que nos está pasando para estar no sólo alarmados sino profundamente preocupados.