Si viajar solo es peligroso, imagínese para un menor de 18 años. Son las niñas, niños y adolescentes migrantes no acompañados los que diariamente se enfrentan a experiencias inimaginables en busca del sueño americano, un sueño que en ocasiones se convierte en pesadilla.
Son el sector más vulnerable y las presas más fáciles para la trata de personas, la explotación y prostitución infantil, el turismo sexual, la desaparación forzada, entre otros; son los menores migrantes no acompañados los que la delicuencia organizada ha reclutado a la fuerza para engrosar sus filas o para abusar de ellos.
El diario El País reportó que cifras oficiales de Estados Unidos señalan que en marzo arribaron a esta nación18 mil menores, un fenómeno que no se había visto de tal dimensión desde mayo de 2019; y que en seis meses han ingresado 47 mil 729 menores no acompañados, una cifra que supera el total de arribos durante 2020.
UNICEF ha señalado que para los niños en tránsito, el Covid-19 está empeorando aún más la situación, pues la discriminación y los ataques se suman a las amenazas que ya existían antes, como la violencia que les llevó a huir.
CNN noticias reportó que hasta marzo más de 4 mil niños migrantes no acompañados están bajo la custodia de la Patrulla Fronteriza, lo que marca otro aumento en la cantidad de menores detenidos en instalaciones fronterizas, hasta que los funcionarios puedan acomodarlos en refugios adecuados para ellos.
“Mami, te tengo una mala noticia. No llores, fíjate que me agarró la migración de México”, recuerda haberle dicho a su madre por teléfono Elizabeth, una niña hondureña de 13 años, ubicada en uno de los refugios mexicanos ubicados en Ciudad Juárez, Chihuahua, narró The New York Times.
Elizabeth contó al diario estadounidense que al enterarse su madre de su detención, rompió a llorar al otro lado del teléfono. “Le dije que se tranquilizara. Si Dios quiere nos volveremos a ver”, sostuvo.
Las niñas, niños y adolescentes migrantes cargan las tragedias de sus padres y de sus propias vidas, también los sueños de miles de familias que los empujan a esta travesía sabiendo que en su lugar de origen sólo tienen como destino la miseria, la violencia y, en muchos casos, la muerte.
Tuve la oportunidad de conocer en San Pedro Sula, Honduras, a sor Valdet Willeman, hermana misionera católica scalabriniana de origen brasileño y cofundadora del Centro de Atención al Migrante Retornado (CAMR), quien hace una extraordinaria labor con las personas deportadas; ella afirma que en el tránsito de la deportación se reportan un cierto número de niñas y niños retornados, pero que a la llegada a su país de origen el número se reduce considerablemente, por lo que se desconoce qué pasa con todas esas niñas y niños que se pierden en el proceso de deportación, lo más seguro es que caen en manos del crimen organizado.
Por lo anterior, es que requerimos de una política pública enfocada a la atención de niñas, niños y adolescentes retornados, atendiendo su cuidado y vigilancia en el proceso; así como un esfuerzo internacional para crear campañas de prevención entre Estados Unidos, México y el llamado Triángulo Norte de Centroamérica (Guatemala, El Salvador y Honduras).