Dice la Real Academia Española que “odio” significa: antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea.
Hoy en el mundo, por desgracia, hay muchos líderes políticos, religiosos o grupos, que su característica principal es el odio. Personajes que hacen del rencor y de la venganza su mejor instrumento para acabar con sus opositores. No importa el daño que hagan, ellos deben alcanzar su objetivo que es apoderarse de territorios, comunidades, naciones.
Cada día me convenzo más que sí hay gente que el odio es lo que los domina, aunque todavía me cuesta creerlo, no imagino la amargura con la que viven y que los lleva a cometer actos ilegales, ruines, perversos, sangrientos.
Lo ocurrido en Franja de Gaza es demoledor, demasiadas víctimas y muertes por el odio, por el deseo de apoderarse de un territorio, de imponer una religión, por demostrar quién es más poderoso, aunque ello signifique matar.
Mucho de ello se debe al odio, ese odio que se va sembrando en conversaciones, en discursos, para así convencer al de a lado, sacar ventaja y justificar asesinatos.
El odio se respira en el ambiente, y no necesitamos estar en Medio Oriente para percibirlo, basta con leer las noticias de Venezuela, Cuba, Nicaragua, Ucrania y México.
El odio con el que actúa el crimen organizado en nuestro país es suficientemente claro para darnos cuenta de lo que provoca este sentimiento. Ahí están Zacatecas, Jalisco, Guanajuato, Guerrero, Michoacán, Tamaulipas, Veracruz, Chiapas, Nuevo León, y tantos más.
Suficiente teníamos en el mundo con la guerra en Ucrania, como para que ahora un grupo terrorista haya acabado con la paz de una nación.
El odio permea a las naciones debido a que sus presidentes son los primeros en hacer uso de éste para dividir a la población, generar encono, rencor social y polarizar. Liderazgos que se distinguen por ser autoritarios, dictadores, antidemocráticos.
En una nota leía que Save the Children daba cuenta que hasta el día de ayer 78 niñas y niños han perdido la vida en Gaza; otros más están heridos, pero sin duda, quienes sobrevivan quedarán con secuelas inimaginables para su salud mental. El odio ha tocado su corazón.
Las niñas, niños y adolescentes nacen sin odio, sin etiquetas, sin religión, sin partidos, somos nosotros los adultos quienes les transformamos su corazón. Somos nosotros los que educamos desde el amor o, desde la venganza, el odio, el rencor, la culpa, el miedo.
Nuestra niñez, por desgracia, está en medio del odio y del amor, son rehenes del primero. Muchos de ellos lo viven diario en sus casas, que en realidad son infiernos, en donde viven sus propias guerras, violencia intrafamiliar, abuso sexual infantil y maltrato físico.
Ser constructores de paz en estos tiempos parece imposible, pero no lo es. Habemos más que apostamos por el amor y la paz. Hoy, una de nuestras tareas principales es derribar el odio, hacer oídos sordos de aquellos hombres o mujeres que buscan el poder por el poder, que se creen mesiánicos, salvadores de sus naciones, pero que en la realidad, son portadores del odio.