Volteo a mi librero cuando no puedo explicarme un gusto mayúsculo o un dolor como aguijón hincado en la axila. Con frecuencia las palabras de otros me explican, de trancazo, mejor de lo que yo puedo hacerlo.
Estando en la Sierra Morena, don Quijote le manda a Dulcinea una carta azotada, por conducto de Sancho. Arranca así: “El herido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene”. Está en el capítulo 25 de la primera parte. Me fascina por lo que revela del Caballero de la Triste Figura y porque a partir de la misiva ocurre un episodio divertidísimo de Sancho con él, como los han tenido con el desjuiciado tanto el vizcaíno como prostitutas, el ventero y hasta los molinos de viento.
Hoy me interesa lo que el Quijote explica a Sancho líneas antes, sobre las damas en las novelas de caballería: “¿Piensas tú que las Amarilis, las Filis, las Silvias… y otras tales de que los libros están llenos, fueron verdaderamente de carne y hueso?... No, por cierto, sino que las más se las fingen [los caballeros] por dar sujeto a sus versos”. El manchego orate da en el clavo: el ser amado es invención de quien ama, un fingimiento en despoblado para dar motivo a quien una o uno es. Óscar de la Borbolla, filósofo y escritor, además de mi querido amigo, lo explica en El arte de dudar: “Nos inventamos unos sueños para tener el pretexto de relacionarnos con el mundo, para vivir en él; son la coartada para tensar el tiempo, seguir adelante, esforzarnos, y no tirarnos exánimes a un lado del camino”.
Ya que la vida carece de sentido explícito tenemos que dárselo; una de las opciones socorridas se llama Cupido. En un soneto, sor Juana llama al amor una “dulce ficción”, es decir: como hallé a este ser guapo, con aplomo, superlativo, casi fosforescente, y encima él o ella me encuentra irreprochable, entonces los días se pintan de azul clarito. En la misma línea, Rosario Castellanos pone esta rotundidad en voz de Dido, reina abandonada: “Lo amé con mi ceguera de raíz, con mi soterramiento de raíz, con mi lenta fidelidad de raíz”. Al enamorarnos andamos a tientas: vemos lo que esperamos ver. Y somos, también, fantasía de quien nos ama.
Regreso a don Quijote, quien le habla a Sancho: “Bástame a mí pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa… yo me hago cuenta que es la más alta princesa del mundo… imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada...”. Así, copiándole las luces al caballero, voy dando sujeto a mis versos para rendirme a la sabrosota experiencia de estar perdida por alguien y asumir plenamente el riesgo. Comper.