Es de noche. Llueve sin parar. Hace poco hizo erupción el volcán Tambora, en Indonesia, y la furia geológica afecta el clima hasta el lago suizo donde vacacionas con tu pareja y amigos. Se aligeran las horas leyendo en voz alta. A tus diecinueve años, mujer bragada, aceptas el reto del poeta Lord Byron: escribir un relato de fantasmas. No sabes, cómo vas a saberlo, pero sólo tú convertirás la encomienda en una novela gótica, publicada dos años después: Frankenstein o el moderno Prometeo, de 1818.
Tampoco adivinas ser precursora de la ciencia ficción (ese término se acuñará un siglo más tarde) ni intuyes que tu obra no sólo cuenta la historia de un monstruo hilvanado por un doctor que se cree Dios. También es una imponente alegoría del ser humano ante el Creador: la soledad desbordada, la culpa, el deseo de amar, la urgencia de ser aceptados, las contradicciones que llevamos engrapadas al ADN. Somos el ángel rebelde, el soberbio que mata a quien supone le dio vida: así compra una dosis extra de abandono. Y lo escribiste con diecinueve años.
Te lo digo claro, Mary Shelley: me fascinas por los cuatro costados. Llevo semanas repensándote. Tus padres, el filósofo y la activista que en los 1700 tenía claros los derechos de las mujeres, no anticiparon que esa atmósfera libertaria de casa fomentaba que a los dieciséis años, incandescente, te escaparas con el escritor Percy Shelley. De haber existido Twitter, tus amigos hubieran puesto banderitas rojas a la relación: era amigo de tu padre y estaba casado. Difícil imaginar que al año siguiente darías a luz a la hija de ambos, muerta, que estrenando los diecinueve arrancarías Frankenstein y que, embarazada de nuevo, te ibas a casar con Percy. ¿Creíste en la felicidad futura? ¿Cómo era?
Con veinticinco años te llamaron “viuda” porque Percy se ahogó en una tormenta. Cómo adivinar que con todos en contra, sexualmente libre y habiendo enterrado a tres hijos, la escritura iba a ser tu precario modo de vida hasta la muerte, a los cincuenta y tres. Aunque nada superó el éxito de tu “creatura aborrecible”, creaste novelas, cuentos, poemas y fuiste editora, sin ahuyentar jamás las deudas. ¿La vida fue buena o te quedó a deber, Mary?
Te escribo desde 2021, cuando un ejemplar de la primera edición de tu libro, publicado anónimamente, se subastó en 1.17 millones de dólares. ¿Qué dirías al leer la noticia, si la centésima parte de eso te hubiera aliviado la vida? También te recuerdo ante la devastación por el volcán en Canarias. ¿Creerías, como yo, que quizá hoy una chava escribe la novela que siglos después iluminará nuestra complejidad, como aquel personaje que se lamenta: “Nuestras almas son formadas de extraña manera, y por frágiles ligamentos se nos destina a la ventura o a la ruina”. ¿Lo creerías, Mary Shelley?