Julia Santibáñez

Este color compendia tragedia, sexo, coraje

LA UTORA

Julia Santibáñez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julia Santibáñez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Acabo de ver Tacones lejanos (1991), de Pedro Almodóvar, en Netflix; subieron a la plataforma buena parte de la filmografía del manchego. Me la receté un par de veces antes, pero ahora me brinca lo definitivo de la tonalidad en la cinta. Al inicio, el saco rojo y el sombrero de Rebeca del Páramo (Marisa Paredes), cuando aterriza en España tras más de una década, es una toma de postura de quien ha sido muy ella misma, sin pedir perdón ni permiso. El color personifica su coraje. Su fragilidad de herida abierta.

La cantante vuelve para recomponer las cosas con su hija (Victoria Abril) porque la dejó con engaños siendo niña, y presentarse ante el público madrileño. Pero justo la noche del debut, la hija duerme en prisión, autoacusada de asesinato. Acorde con la pesadumbre de Rebeca y con su emotividad intensa, en el teatro la atmósfera se pinta de rojo: el telón, los guantes largos, sus zapatos y el labial contrastan con el vestido verde. El personaje de Victoria Abril también exacerba la estridencia de ese color: lo lleva en los lentes, el traje, la bolsa, los zapatos. El travesti Letal (Miguel Bosé) imita a Rebeca con vestido de lentejuelas, guantes y plataformas de un rubí subido. Y el título, Tacones lejanos, alude a los pasos que ambas protagonistas vinculan con la infancia: la hija lo señala al ver alejarse por la ventana unas zapatillas escarlata. Se trata de una película bárbaramente sensorial.

En los noventa, Almodóvar era un hijo teatral del pop-art y el technicolor, pero hoy le encuentro una potencia peculiar a su discurso cromático: a partir de la ropa el rojo empata, recorta y enfatiza las emociones de los personajes. Rima con sangre, vitalidad, con orgasmo y muerte, con locura, con amor, con drama. Es vergüenza. Urgencia. Engloba todo lo que acompaña el riesgo brusco de estar vivos. Entonces repito de memoria “Boca”, poema de Miguel Hernández donde un beso regocijado hace vibrar la esquina más honda del adentro: “Alba que das a mis noches / un resplandor rojo y blanco. / Boca poblada de bocas: / pájaro lleno de pájaros”. Y sigue: “Boca que desenterraste / el amanecer más claro / con tu lengua. Tres palabras, / tres fuegos has heredado: / vida, muerte, amor. Ahí quedan / escritos sobre tus labios”. Ese color encendido sintetiza los tres gestos humanos inescapables: vida, muerte y amor. Busco el libro de Anne Carson sobre Gerión (“la extensión roja de su mente”), cómo describe la belleza de los seres carmesí que parecen monstruos pero tienen alas: son los sobrevivientes del fuego del volcán.

Carson, Hernández y Almodóvar lo dicen entre líneas: si un tono conjura lo humano, el brío irreductible de la existencia, es el rojo. Yo no sabía que lo sabía. Me estoy enterando.