La sabrosa biografía de nuestro idioma

LA UTORA

Julia Santibáñez<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Julia Santibáñez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Con frecuencia abro el Quijote al azar y me sorprenden giros que adoptaría a diario, como “decir callando” (hablar en voz baja), señalar unos “sombrosos árboles” o describir cómo un estudiante suele ser tan pobre que tiene “falta de camisas y no sobra de zapatos”. En la misma centuria, Juana Inés de Asbaje escribía en la Nueva España: “Cuando la felizmente estéril para ser milagrosamente fecunda, madre del Bautista vio en su casa tan desproporcionada visita como la Madre del Verbo, se le entorpeció el entendimiento y se le suspendió el discurso”.

Casi no doy crédito de la belleza del discurso y también de que, en cientos de años, nuestro idioma poroso siga conectando a quienes habitamos los 16 países de Hispanoamérica. Se trata de “la mayor vastedad geográfica en que un ser humano puede desplazarse sin cambiar de lengua materna y caminando [...] a lo largo de poco más de 11, 700 km en línea recta, desde el río Bravo hasta la Tierra del Fuego, una persona hispanohablante nativa puede atravesar fronteras [...], comunicarse y hacer su vida diaria usando siempre la misma lengua: el español. Tal situación no se repite en ninguna otra área del planeta”.

Lo leo en un libro delicioso para quienes amamos escándalmente la historia de las palabras: Hablar y vivir en América, coordinado por Concepción Company Company (El Colegio Nacional / UNAM, 2023). Son 13 ensayos para un público amplio, sobre el nacimiento del español de este continente y su desarrollo hasta el siglo XIX: cómo las formas orales de andaluces, extremeños, castellanos, gallegos y catalanes (feliz mescolanza llegada a América) entraron en contacto con idiomas amerindios y con los de esclavos africanos, barullo que le dio temperamento único a nuestra habla. Temperatura propia.

Además de la belleza de edición y las ilustraciones a color destaco dos capítulos: el de Silvia Ruiz Tresgallo, “La mujer en la lengua del Barroco americano”, aborda cómo las disidentes del virreinato fueron acalladas, entre ellas las afrodescendientes y monjas como sor Juana (que, con sus muy altas luces, no fue ni de lejos la única autora en un convento). Y está el capítulo de Company, “Saludos y despedidas en cartas americanas. Un acercamiento a la oralidad en la vida cotidiana”. Para evocar cómo la gente hablaba se asoma a misivas originales, que la reproducen de modo fidedigno, al ser obras espontáneas que buscan la inmediatez. Compara una carta oficial, una familiar y una íntima, de un panadero a su querida: la destinataria es una monja, “regalo de mi alma”, a la que insta a huir con él. Cómo disfruto el análisis minucioso de similitudes y diferencias, en las que me espejeo.

El logro esencial del libro radica en desmenuzar la densa y anchurada biografía del español, vigoroso en casi 500 millones de hablantes en la América Hispana. Me pone emocionalmente de pie que exista un volumen como éste.

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