Urge cuestionar (casi todas) las maternidades

LA UTORA

Julia Santibáñez&nbsp;<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Julia Santibáñez *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Me refiero a las que por siglos aprendimos del sistema masculino, las culpígenas, tiránicas, abrumadoras y renunciativas. La propaganda de toda mujer debe ser madre para estar completa dominó mientras nuestra opinión permanecía en la sombra; desde los setenta y en especial en este siglo XXI hemos centrado el foco en lo torcido de ese modelo impuesto.

En la cinta Las razones del corazón (guion de Paz Alicia Garciadiego, dirigida por Arturo Ripstein), una mujer frustradísima no se cuadra ante su hija-dictadora que le exige tanto como otras niñas demandan a sus mamás normales, es decir, abnegadas. En un punto pide que se lleven a la pequeña, “antes de que me la cobre con ella, si no con quién, es el chance que me da la naturaleza, cobrarme con ella las jugadas del destino”. En igual línea va La hija oscura, de Maggie Gyllenhaal.

Es terrorífico el presupuesto poco palabreado pero no menos real de que si al criar renuncio a mi vida, la de la criatura pasa a ser mía, como cuando Mamá Elena prohíbe a Tita casarse: “Por ser la más chica de las mujeres te corresponde cuidarme hasta mi muerte”, escribió Laura Esquivel. Así, cantidad de generaciones. Mucho ha cambiado, pero infinidad de nosotras no pueden desobedecer el mandato social de sacrificarse por los niños y continúan pasándoles factura de chantaje.

Hoy, Día Internacional de la Mujer, hablemos de cómo desmontar el maternaje sacrificial. De entrega absoluta. Nocivo. Y cuánto ayuda el arte para discutir temas como el reciclaje contemporáneo de la esclavitud, es decir, “un aumento en los requisitos de la buena-madre: retorno al parto sin anestesia, alargue de la lactancia, pañal de tela, nuevo tiempo de calidad que reduce su independencia”, desglosa Lina Meruane, y María Fernanda Ampuero describe a una niña que mira fascinada cómo una hámster se come a sus crías para no ser invadida: “Era muy viva, no quería que crecieran en esa casa, su casa”. En la muestra Maternar, en el MUAC, una mano anónima reconoce: “[Ser madre en pandemia implica] ser la amargada porque tienes tantas responsabilidades, sólo dos manos y cansancio”, mientras la artista Ana Gallardo exhibe agujas de tejer y demás objetos usados para abortar cuando el embarazo no es buena noticia, como también reconoce una personaja encinta de Socorro Venegas: “Éramos una larva, a la espera del momento en que mi habitante me rompería el cuerpo”. Cuánto necesitamos airear eso que duele.

¿La maternidad únicamente implica sobrecarga, cancelar el tiempo propio, el crecimiento individual? No, claro que no. Conozco de primera mano el amor animal que desborda el cuerpo, que estira todo límite conocido, sé la plenitud y la vulnerabilidad que se crecen demasiadas, el asombro ante el ser de agua gestado al centro de una misma. Justo por eso veo necesario que empecemos a reconstruir esa narrativa desde un lugar nuevo y nuestro, gozoso, no-heroico, elegido.

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