Julia Santibáñez
La urgencia del arte
LA UTORA
![Julia Santibáñez Julia Santibáñez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.](https://imagenes.razon.com.mx/files/image_940_470/files/fp/uploads/2021/03/22/60595d6700083.r_d.308-166.jpeg)
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Alejandro González Iñárritu asegura, mientras arruga la frente como si ésta fuera la única certeza en su vida: “Para mí, una de las preguntas más difíciles como director siempre es: ¿desde qué punto de vista contar? Si tienes una escena de tres personajes en un cuarto, ¿desde dónde filmas? ¿Dónde pones la cámara? Un centímetro a la derecha o a la izquierda cambia la emoción de una escena. Si la colocas en distinto lugar puedes entender a un personaje o alejarte de él”. Lo señala en la ENAC de la UNAM, en la plática que tuvo con Fernanda Solórzano en 2019. Lo tengo en la libreta donde apunto ideas que me interesan; busco en YouTube el video para peinármelo de nuevo.
El mundo está poblado de azares: a cada rato me intereso por un tema y entonces brinca por todos lados. Busqué la frase del director porque ando obsesiva con la mirada individual en las artes. Ahora leo Cuando los Rolling Stones llegaron a La Habana, de Carol Zardetto, crónica de un viaje de la guatemalteca a Cuba. Habla de Robert Joseph Flaherty, quien filmó en el Ártico Nanook, fascinante documental sobre la supervivencia de los inuit o esquimales: “[Flaherty] creyó con entera convicción que el cine estaba llamado a la tarea colosal de permitir la comprensión entre extraños, tender puentes a la empatía”.
En contextos distintos, Iñárritu y Zardetto se dicen convencidos de que el cine puede generar un fermento de empatía, acercarnos a quien creemos distante y obligarnos a reconocer que somos parecidos. Es un rasgo que me conmueve del arte: empatarme con vidas distintas a la que me tocó, corroborar que no me son exclusivos ni miedos ni desolación ni entusiasmos. No solamente puede sacarme lágrimas, disparar la ternura o el enojo; también alborota mi empatía. De forma literal me hermana con otros.
Mientras pienso en esto leo que en días pasados unos 300 neonazis celebraron un concierto en Santa María la Ribera, en la capital. Informa El País que dos bandas españolas y tres mexicanas ensalzaron la ideología fascista, el odio racial. Azuzaron a decenas de hombres rapados y menos de veinte mujeres con frases como “Putos maricones que ensucian mi ciudad, ¡cuélguenlos y quémenlos!”.
Me cae un veinte: la violencia se enfoca en las masas, convierte a mujeres y hombres en números abstractos. En esa operación les quita nombre, historia, familia, deseos. Los desindividualiza. Los ajena. En el polo opuesto, el autor israelí David Grossman, favorito de esta casa, señala: “La literatura es como el amor: hace dejar de ver a la gente para ver a la persona”. Coincido. En alguna medida cine, música, artes plásticas y literatura matizan el prejuicio y los simplismos (yo vs. los otros) y complejizan el mundo (yo soy también como los otros). Permiten que veamos más de lo que apreciaríamos sin ellas.
Qué urgente resulta siempre el arte. Hoy, también.
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