Genaro García Luna y sus máscaras

MARCAJE PERSONAL

Julián Andrade*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julián Andrade
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Si la sentencia no se reduce en la apelación o porque entrara en un esquema de colaboración con las autoridades, Genaro García Luna saldrá de prisión cuando tenga 94 años. Esa es “la luz en el túnel” que le ofreció el juez Brian Cogan al no decretar la prisión a perpetuidad.

García Luna será como un fantasma en la vida pública, al que se le invocará a conveniencia, para defender lo que se hace actualmente en seguridad y para condenar lo que ocurrió en el pasado.

De ese tamaño es el golpe y lo que significa la condena a quien fue uno de los policías más poderosos de la historia.

¿Quién es en realidad García Luna? ¿Acaso es el personaje que pinta el fiscal Breon Peace, quien asegura que el exsecretario de Seguridad es responsable de introducción a Estados Unidos de un millón de kilogramos de estupefacientes, alegatos que, por lo demás, se afirman con el veredicto de culpabilidad?

¿Será el jefe policiaco que resolvía secuestros, por regla general sin que los familiares de las víctimas pagaran rescate y en la mayoría de los casos sin muertes que lamentar?

¿Es en realidad uno de los bazos del Cártel de Sinaloa, un personaje que requiere de una condena que mande el mensaje contra los que se coluden con el crimen, como sostiene Anne Milgram, la jefa de la DEA?

¿Hay que verlo como el constructor de una policía con altos niveles de eficacia y profesionalización, jubilando a muchos de los mandos de la vieja escuela, la que provenía de la PJF?

¿Es en realidad un matón como Joaquín El Chapo Guzmán?, ¿aunque más refinado y con otros modales, como supone el juez Cogan?

Es probable que sea todos ellos. Un ángel y un demonio, eso, si nos atenemos a las implicaciones, primero de la culpabilidad y ahora de la sentencia.

Hace algunos años, cuando García Luna era el director de la AFI, me dijo en una conversación en sus oficinas, que la clave para regenerar a la policía era dotarla de prestigio social, haciendo que el uniforme se portara con orgullo.

“México cambiará el día en que las familias se sientan complacidas en que alguno de sus familiares se convierta en oficial policiaco”, solía decir.

Supongo que creía en ello, o en todo caso era muy convincente.

El problema radica, quizá, en las dificultades institucionales para la formación de agentes encargados de proteger a la sociedad.

Más allá de lo que pensemos de García Luna, sería un error generalizar y trasladar su condena a generaciones enteras de agentes del orden y de las áreas de inteligencia.

Por lo pronto, el mensaje de las agencias de seguridad de Estados Unidos es revelador, van por otros personajes, ya “que nadie, independientemente de su posición o influencia, está por encima de la ley.” Lo señalaron, en conjunto, la Fiscalía, la DEA y la HSI.