Zambada, un tipo de cuidado

MARCAJE PERSONAL

Julián Andrade *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julián Andrade
 *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Siempre existe la tentación de idealizar el pasado, inclusive el de las organizaciones criminales.

Lejos de ello, la evolución de esos grupos ha estado plagada de excesos.

Lo que es distinto, en efecto, son los niveles de violencia, sobre todo expresados en homicidios, que arreció desde 2008 y que tiene que ver con cambios en el negocio de las drogas y con la incursión en delitos como los del tráfico de personas, robo de automóviles, secuestro y extorsión.

Esta última conducta es la que generó un escenario distinto, y mucho más complejo, porque los bandidos empezaron a tocar las puertas de los propios ciudadanos, exigiendo dinero a cambio de protección.

Y fue justamente ahí donde las debilidades institucionales eran más acusadas en que florecieron los negocios de la Familia Michoacana, Los Zetas, pero también se robustecieron los cárteles de Sinaloa, del Golfo o Jalisco Nueva Generación.

Por eso se tuvo que echar mano del Ejército, ya que en diversas regiones era imposible que las policías municipales o, en algunos casos, las estatales, hicieran frente al reto de la delincuencia.

En ese mundo de cambios en el que Ismael El Mayo Zambada comandó y de algún modo unió a los grupos y liderazgos que conformaban el Cártel de Sinaloa.

Zambada, al igual que el propio Joaquín El Chapo Guzmán, privilegió la cooptación de las autoridades a cambio de protección y de ayuda, pero nunca se detuvieron para destruir el más mínimo obstáculo que se les presentara.

Eso explica que uno de los lugartenientes más importantes de la organización, haya sido Dámaso López, quien fungió como subdirector de Seguridad y Custodia en el penal de máxima seguridad de Puente Grande y desde esa posición ayudó a Guzmán Loera a evadirse en enero 2001.

Lejos de ser una época de paz, la conformación del poder criminal siempre ha estado plagada de venganzas y de muerte.

Algunas son disputas cuyos agravios provienen del pasado, pero que activan operaciones de gran calado en cualquier momento, como ocurrió cuando los hermanos Arellano Félix intentaron asesinar a El Chapo Guzmán, pero por una confusión mataron al cardenal de Guadalajara, Juan Jesús Posadas Ocampo, en mayo de 1993.

Otras más, como los operativos de la Marina Armada o del Ejército que derivaron en abatir a Beltrán Leyva o a Ignacio Nacho Coronel, propiciaron rupturas internas en los cárteles que se tradujeron en violencia.

En esas rutinas es en las que se forjó El Mayo Zambada y toda una generación de bandidos. Lo excepcional, en su caso, es que logró mantenerse en libertad, pero a cambio de toda una vida escondido o en riesgo de ser atrapado por las autoridades o asesinado por sus enemigos.

Pero su reinado delictivo tuvo una magnitud tal, que la fiscalía en Estados Unidos está solicitando que se le trate de manera especial en el juicio, debido a los 17 cargos que enfrenta y que describen su peligrosidad.