Julio Trujillo

Auden baila en pantuflas

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Todo hombre, solía decirle Hanna Arendt a su amigo W. H. Auden, debería tener mínimamente dos trajes, para que uno se lave mientras el otro se usa, y dos pares de zapatos, para que unos se reparen mientras los otros se usan.

La estampa del poeta inspiraba el reclamo: traje manchado y gastadísimo, zapatos rotos y a veces ni eso, porque a Auden, en reuniones de confianza, le gustaba estar en pantuflas, entre más escandalosas, mejor. Su rostro, en esos últimos años neoyorquinos suyos (siempre decía que él no había adoptado la nacionalidad estadounidense, que él era solamente neoyorquino), antes de mudarse a Austria, ya comenzaba a agrietarse como si fuera el mapa de su vida, y bebía como pocos, afirmando entre martinis que no era alcohólico, sino borracho. Pero esa figura, que hoy encajaría perfectamente en el molde del poeta, no era buscada, y podría decirse que nadie había más mundano, más con las pantuflas en la tierra, que él. De su poesía se puede decir lo mismo, que es enemiga de la grandilocuencia y que se deja leer como unas buenas pantuflas se dejan usar. Su genio fue ése: la absoluta comodidad de sus poemas, siempre coqueteando con el prosaísmo de la conversación, pero reafirmándose, gracias a su métrica y rima, como una música única (podemos decir, siguiendo a Borges, que Auden “preconizaba el verso, porque impide que los espectadores olviden la irrealidad, que es condición del arte”). Solía decir: “Estoy orgulloso de mis amigos y de mis conocimientos de métrica”. Las pantuflas, para llegar a ser insustituibles, requieren de un uso constante pero moderado, de unos pasos regidos por un metrónomo interior, esa métrica de la que se

enorgullecía el gran poeta.

Otro amigo suyo de los últimos años neoyorquinos, Oliver Sacks, recuerda que a Auden, hablando de medicina, le gustaba citar este aforismo de Novalis: “Toda enfermedad es un problema musical, y toda cura es una solución musical”. Profesión de fe en el ritmo, en la música de la salud y del poema, en la buena constitución de un cuerpo y de un texto, hechos de tendones y palabras. Sacks también recuerda que una de las palabras favoritas de Auden era “cosy”, acogedor, y tanto, que quería reescribir la decepcionante definición que de ella ofrecía el Oxford English Dictionary y preparar una breve antología de lo acogedor, otorgándole al término “cosy” todo su verdadero poder. Sacks arriesga una bella teoría: que Auden se deleitaba en lo acogedor del lenguaje mismo, en el acomodo entre palabras e ideas, en la manera en que cada palabra toma cuerpo y anida, cómodamente, en el cuerpo del poema. Como unas pantuflas en nuestros pies, unas pantuflas, ¿por qué no?, en las que se pueda bailar, patinar y deslizarse, dibujando

figuras en el piso:

“Los deseos del corazón son retorcidos,

no nacer es la mejor opción

y la otra opción es un orden formal,

las pautas del baile, baila mientras puedas.

Baila, baila, que la figura es fácil,

la melodía es pegadiza y no se detendrá,

baila hasta que se desprendan las estrellas,

baila, baila, baila hasta que no puedas más”.