Borges y las listas

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

En tres textos distintos le he leído a Borges: “No prosigo; no quiero que esta página sea infinita”. La frase viene después de una enumeración en la que Borges se ha deleitado y en la que nos ha hecho sentir, contrario a lo que dirá a continuación, que sí quiere que esa página sea infinita. Enumerar, hacer listas y catálogos es un microgénero literario tan antiguo como nuestras narraciones. Homero fue un maestro, tanto en el célebre catálogo de naves en La ilíada (son 1,186 barcos) como en la detalladísima descripción del escudo de Aquiles, que es una lista que comienza en el centro (el sol) y va creciendo hacia afuera con el mundo y su gente. Joyce, Rabelais y Whitman fueron grandes productores de listas y enumeraciones poéticas. Diógenes Laercio, al enumerar los libros escritos por Teofrasto, enloquece, y uno no sabe si está mareado por esa lista tan vasta o por saber que alguien pudo escribir tanto. Umberto Eco amaba las listas, y tiene un bello ensayo que es en realidad una lista de sus listas.

Borges, estudioso de la eternidad y tentador del infinito, no podía sino ser otro campeón de las listas y los catálogos, incluyendo a veces en ellos paradojas desconcertantes, como en esta clasificación de animales que le leemos en “El idioma analítico de John Wilkins”: “(a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas”. Además de la hermosura caótica de la clasificación, la puesta en abismo del inciso h es un clásico guiño borgesiano.

En “Funes el memorioso”, la descripción de lo que contiene la mente de alguien que es capaz de recordarlo todo es una lista espléndida que debería ser enmarcada. Claro, digo “espléndida” cuando se trata de lo contrario: es imposible enumerar el infinito, entonces haremos una lista, finita, que lo sugiera. Y, claro, la lista más famosa de Borges tiene que ser la de “El Aleph”, en donde una vez más Borges hace una tentativa de sugerirnos el todo con una lista alucinante. Como se sabe, el narrador de ese cuento ve el Aleph, y en el Aleph, la Tierra, y en la Tierra otra vez el Aleph, y en el Aleph la Tierra. Vertiginoso.

Cuando reflexiona sobre la biblioteca total, Borges nos ofrece otra lista maravillosa, pues esos “ciegos volúmenes” lo contienen todo: “Todo: la historia minuciosa del porvenir, Los egipcios de Esquilo, el número preciso de veces que las aguas del Ganges han reflejado el vuelo de un halcón, el secreto y verdadero nombre de Roma, la enciclopedia que hubiera edificado Novalis, mis sueños y entresueños en el alba del 14 de agosto de 1934, la demostración del teorema de Pierre Fermat, los no escritos capítulos de Edwin Drood, esos mismos capítulos traducidos al idioma que hablaron los garamantas, las paradojas que ideó Berkeley acerca del tiempo”… Etcétera (horrible y muy mío etcétera, pues se acaba el espacio).

Un digestivo, para terminar: “Si hubiera tantos Ganges como hay granos de arena en el Ganges y otra vez tantos Ganges como granos de arena en los nuevos Ganges, el número de granos de arena sería menor que el número de cosas que ignora el Buddha”.

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